Qusayr ‘Amra.

El palacio omeya del desierto

(Parte I)

 

Por Antonio Almagro Gorbea

 

La originalidad de la arquitectura de este monumento, incluso su poético marco en la soledad del desierto, lo convierten en un hito de gran valor en la historia del arte árabe. Las pinturas murales que recubren sus paredes interiores, de un alto contenido iconográfico y artístico, habían quedado casi invisibles por el abandono sufrido durante siglos. Hoy en día, el conjunto goza de la labor de restauración que acometieron en la década de 1970 de manera conjunta los gobiernos de Jordania y de España, que envió una misión arqueológica al enclave del monumento.

Este monumento, auténtica joya del arte islámico, declarado Patrimonio Mundial, está integrado por una serie de pequeñas construcciones destinadas a servir de lugar de solaz y placer de algún príncipe de la familia omeya. Más que la singularidad de sus soluciones arquitectónicas nos sorprende su emplazamiento en medio del desierto, y la rica decoración pictórica con que se cubrieron sus paredes y bóvedas interiores. La vasta inmensidad de este paisaje es una realidad que sobrecoge. Produce con facilidad una reacción similar a la que nos genera la contemplación del mar, por sus dilatados horizontes, su sensación de soledad y esa grandiosidad siempre presente en los fenómenos de la naturaleza. No es de extrañar, por tanto, que las singularidades que aparecen en este entorno hostil sorprendan aún más por los contrastes que se generan en medio de este impresionante marco natural.

Muchos desiertos están aparentemente llenos de fauna y vegetación, a primera vista casi inexistentes, pero a veces de una riqueza y variedad sorprendentes. Y aunque lo inhóspito de estos lugares haga pensar en la dificultad de adaptarse a sus rigores por parte del hombre, en ocasiones nos desconciertan acciones humanas cuyo significado y transcendencia no son siempre fáciles de valorar.​

Wadi Rum, el desierto jordano.

Qusayr ‘Amra es por todo ello un monumento singular. Es ante todo un oasis de arquitectura en medio de una naturaleza desnuda, aparentemente reducida a la mínima expresión; una construcción en medio del desierto destinada al recreo de gentes sin apenas tradición arquitectónica que crearon en medio de una dilatada soledad un microcosmos lleno de refinamientos y simbolismos cuya interpretación plantea un sinnúmero de enigmas y sugerencias.

Hoy, el lugar ha sufrido importantes transformaciones merced a la carretera que transita a escasos ciento cincuenta metros del edificio principal, y a construcciones auxiliares que el turismo ha impuesto y que además han sido ubicadas con escasa fortuna. Pese a ello, aún podemos quedar cautivados por la visión casi infinita del desierto que se extiende hacia la depresión de Azraq o por los escasos signos de vida que suponen los solitarios árboles que bordean el seco cauce del Wadi Butum.

El enclave de Qusayr ‘Amra fue hasta hace unas décadas un solitario lugar. En la actualidad se encuentra a unos 75 kilómetros al este de Amman, la capital de Jordania, hoy ciudad moderna, pero con vestigios de una historia milenaria.

 

 

 

Actualmente la urbanización y colonización han ido adentrándose en el desierto, y conforme nos dirigimos hacia oriente desde esta ciudad, iremos apreciando la desaparición de vida y vegetación a medida que el terreno desciende de modo casi inapreciable desde la meseta jordana hacia las depresiones interiores del desierto sirio-arábigo. Cauces de ríos secos van dibujando una orografía cada vez más plana que se acaba fundiendo en una aparente llanura recortada por suaves lomas que conforman un horizonte siempre cambiante.

El Wadi Butum constituye casi la única zona con algo de vegetación en este desolado paisaje ¿Qué incitó a un príncipe omeya, quizá Sulayman, hijo del gran califa Abd al-Malik, construir en tiempos del califato de su hermano Walid I, un edifificio tan singular en este solitario lugar? Es difícil dar una respuesta adecuada a esta pregunta sin considerar la situación histórica en que fue construido. Hacía aún menos de 80 años que los árabes, surgidos de ese desierto inmenso que se extiende al sur y el este de Amra, y movidos por la nueva fe del islam, se habían enfrentado a los grandes imperios rivales ente sí, bizantino y sasánida, derrotándolos y absorbiendo totalmente al segundo de ellos.

Por Qusayr ‘Amra pasaba una ruta caravanera que, desde el Hiyaz, en Arabia y el golfo de Aqaba, se dirigía por el borde de la meseta jordana, pasando por el oasis de Azraq, hacia Irak y Kuwait. Este mismo recorrido es el que sigue la actual carretera, aunque su pesado tráfico ha transformado radicalmente el ambiente primitivo del lugar.

Con la dinastía omeya, primera del mundo islámico, su expansión se había extendido por África y Asia. Amra atestigua la llegada de los árabes a la Península Ibérica y la derrota del rey visigodo Rodrigo, mientras que, por el otro extremo del mundo, habían alcanzado el río Indo. La nueva dinastía, que asimiló inmediatamente las formas monárquicas a la figura del califa o príncipe de los creyentes, pronto se enfrentó a problemas ideológicos y de imagen. Por un lado, la falta de tradición dentro del pueblo árabe de un poder político y religioso extendido a todas sus tribus además de a otros pueblos conquistados, lo cual comportaba la ausencia de los símbolos y prerrogativas que le son propios, y entre ellos, de una arquitectura como vehículo de expresión del poder. Y, por otro lado, el dominio sobre pueblos que sí tenían esas tradiciones, exigía de alguna manera la conservación o creación de nuevas formas de visualización para reconocer a través de las mismas, la nueva realidad política.

 

Qusayr ‘Amra debe entenderse, por tanto, dentro del deseo de la nueva dinastía de asimilar y presentar, tanto ante sus seguidores y partidarios como ante sus nuevos súbditos de distinta religión y cultura, que son los nuevos gobernantes en los territorios que ahora ellos controlan. Representa la asimilación de costumbres antes ajenas a la tradición árabe, como el baño greco-romano, con elementos iconográficos de alto simbolismo tomados de las culturas y pueblos derrotados. Qusayr ‘Amra es sin duda un ejemplo espléndido del naciente arte islámico.

 

Antonio Almagro Gorbea

Escuela de Estudios Árabes de Granada

 

Share This