
El Palermo arabo-normando, reflejo de al-Andalus
Por Ana María Carreño Leyva
Fundación El legado andalusí
La cultura islámica dejó su impronta en un vasto legado que abarcó distintas regiones del Mediterráneo. La convivencia entre las poblaciones nativas dio lugar a una simbiosis que originó el nacimiento de nuevas formas artísticas.
El intenso tráfico humano que se desplegó en el Mediterráneo desde antes de la Edad Media se debió fundamentalmente al desarrollo de la navegación marítima. Esta facilitaba enormemente la conexión entre el Mediterráneo occidental con los principales centros comerciales y culturales del entonces mundo conocido; las vías marítimas eran además mucho más viables que las terrestres.
En las tierras que rodeaban el antiguo mar que los romanos llamaron Mar Medi Terreneum (Mar entre tierras) y los árabes llamaron al-bar al-abyad al-mutawassi, predominando su lengua durante siglos.
Siguiendo el ejemplo de al-Andalus en el otro extremo del Mediterráneo, cuando los árabes llegaron a la isla de Sicilia se encontraron con los restos de culturas anteriores que se habían establecido en esas tierras desde la Antigüedad.
Los fenicios fueron los primeros que dejaron su huella en la isla. Les siguieron los griegos, los cartagineses, los romanos, los vándalos y los bizantinos. Sicilia fue una plaza muy codiciada en todas las épocas. Los primeros árabes atracaron en la isla en las postrimerías del siglo IX. Pertenecían a la dinastía aglabí, de Kairuán, que gobernaba en el actual Túnez. La conquista duró casi un siglo. En su política de expansión del Dar al-Islam, se fueron anexando territorios de forma paulatina, al tiempo que arabizaban la población y sus topónimos. Así, tras la toma del puerto de Palermo (llamado Panormo por los griegos), le dieron el nombre de Balarm. La política que siguieron los conquistadores aglabíes habría de ser la misma que con tanto éxito se había aplicado en otros lugares: una auténtica integración de las distintas culturas de la comunidad, la libertad de culto, y sobre todo, la introducción de innumerables avances en agricultura, ciencia, arquitectura y, prácticamente en todos los campos de la vida cotidiana. Debido a su posición central en el Mediterráneo, Sicilia irradió una gran influencia y ejemplaridad de brillo cultural y crecimiento económico en su entorno.
De capital importancia fue la gestión agrícola, primera impulsora del desarrollo económico. En tiempos de los romanos la isla ya era famosa por su excelente producción de cereales. Con los árabes, las grandes propiedades se dividieron en parcelas más pequeñas que eran explotadas por agricultores que cultivaron con éxito nuevos productos como el algodón, el papiro, pistacho, arroz y los dátiles. Pero fue el cultivo de cítricos lo que se llevó la palma. Fue con diferencia el producto agrícola que generó más ingresos, y también prestigio, debido a su excelente calidad. En Palermo, la Cuenca de Oro (Conça d’Oro) recibe su nombre precisamente por el color que la vasta extensión de naranjos y limoneros le prestaban al paisaje.
Como resultado de los dos siglos que los árabes permanecieron en Sicilia, y gracias a las numerosas innovaciones que introdujeron en diferentes ámbitos, en la isla se produjo un florecimiento económico y cultural sin precedentes.
La arquitectura, inserta en un cuidado urbanismo y rodeada de exuberantes jardines dispuestos con un gran esmero, representan el más claro ejemplo de este auge cultural. Como hicieron en al-Andalus, los árabes reutilizaron los materiales que encontraron en edificaciones de civilizaciones anteriores, la romana fundamentalmente. Sin embargo, aplicaron con maestría sus propias tecnologías, y mejoraron sistemas hidráulicos como aljibes y acueductos. Aportaron soluciones técnicas como es el caso de la construcción de canales subterráneos que evitaban la evaporación del agua debido a las altas temperaturas estivales. Unos espectaculares jardines nunca vistos en Europa adornaban los espacios urbanos y áulicos, a semejanza de los que existían contemporáneamente en Andalucía, de inspiración oriental y donde el agua era la principal protagonista.
Las dinámicas políticas que agitaban el Mediterráneo en aquellos tiempos hacían que las tierras pasaran de unas manos a otras en pocos siglos. A finales del siglo X, la ascensión de la dinastía fatimí −gobernantes de la casi totalidad del mundo islámico, que antes estaba en manos de los abasíes−, condujo al debilitamiento de los aglabíes en la Sicilia árabe, una vez derrocados en el Norte de África.
Unos antiguos moradores, los griegos, volvieron entonces a la isla, esta vez en alianza con unos nuevos conquistadores, los normandos, de origen vikingo (el nombre “normando” quiere decir “hombres del norte”), y tras establecer un ducado en Normandía (Francia) conquistaron en el siglo IX Inglaterra, llegando a superar en poder a Francia. Tras haber invadido casi todo el sur de Italia, conquistaron Sicilia en año 1061, y en 1072 declararon Palermo capital cristiana. Medio siglo más tarde, en 1132, el hijo del conquistador normando Roger I fue coronado rey con el nombre de Roger II de Sicilia.
Cuando los normandos llegaron a Sicilia, se encontraron con un legado tan vasto como fabuloso que los árabes dejaron en la isla. Y supieron cómo aprovecharlo para obtener sus propias creaciones. El reino de Roger II de Sicilia fue uno de los tres más extensos de la Europa de su tiempo. A comienzos del siglo XII, el reino normando comprendía no sólo la actual isla de Sicilia, sino todo el mezzogiorno de Italia (los ducados de Apulia y Nápoles). A mediados de ese siglo, la frontera se expandió hasta el Ducado de Spoleto, en la provincia de la actual Perugia. La convivencia entre normandos, bizantinos, griegos, árabes, lombardos y los sicilianos nativos, marcó una época que se caracterizó por una fértil multiculturalidad.
La propia personalidad de Roger II imprimió este carácter cosmopolita y avanzado a la sociedad siciliana. Educado por tutores árabes y griegos, en los salones de palacio se produjo uno de los más eclécticos intercambios del mundo de aquella época. Su corte fue un compendio de todos los legados anteriores, al que los eruditos del mundo latino, bizantino, griego e islámico añadieron sus respectivas contribuciones, dotando a la cultura normanda de una personalidad propia, con muestras artísticas únicas cuyo esplendor ha llegado hasta nuestros días.
Si los árabes aprovecharon las infraestructuras que habían dejado los romanos, los normandos hicieron lo propio con el legado que recibieron de los árabes. Roger II fue más allá y las mejoró y adaptó, encargando a los propios árabes las tareas de las que fueron los verdaderos artífices en origen. Roger II supo también cosechar los resultados de otras actividades cuyo sistema de organización implantó, como el modo de gestión de gobierno y de administración pública, que los árabes empleaban de forma magistral. De hecho, la lengua árabe fue la utilizada en las tareas de gobernanza, y el siciliano tiene multitud de términos que proceden del árabe, como sucede con la lengua española. De ello nos dejó testimonio el geógrafo andalusí Ibn Yubair, quien incluyó esta ciudad en su itinerario cuando regresaba de La Meca en 1183, en un relato enriquecido con las palabras del propio Roger II, con quien se entrevistó varias veces. Describe a Palermo como la metrópolis de las islas mediterráneas, y narra cómo era la vida de los musulmanes en este reino cristiano, y nos cuenta cómo eran sus ciudades, palacios y otros edificios. Refiere cómo funcionaba la administración pública y como sabían emplear la riqueza en la creación de belleza, “poseen todo lo bello que uno pueda desear y todo lo necesario para la subsistencia. Es una ciudad antigua y elegante, esplendorosa y amable que te seduce al contemplarla. Se asienta orgullosa en sus espacios abiertos y llanuras repletas de jardines. Es un lugar maravilloso, construido al estilo de Córdoba con piedra caliza (kadhan), con unas calles y caminos amplios tan perfectos que te dejan embelesado. Las mujeres siguen vistiendo según la moda musulmana y llevan también el velo”.
Otro andalusí ilustre que vivió en la corte de Roger II fue el también geógrafo al-Idrisi, quien llevó a cabo un trabajo geográfico gigantesco por encargo del rey normando en 1154. Conocido como Tabula Rogeriana, el rey bautizó este conjunto de obras como Nuzhat al-Mushtak, recogido por la historia como el Libro de Roger.
En el siglo XX, el historiador Julius Norwich, autor de distintas obras sobre Sicilia, escribe que la Sicilia normanda “fue un ejemplo en Europa —y desde luego en la totalidad del fanático mundo medieval— de tolerancia e ilustración, una lección que debería aprender todo aquel que considere distintas de la propia la sangre y las creencias”.
El compendio de culturas y legados cuyo eco aún resuenan en Sicilia, se manifiesta claramente en ejemplos como la arquitectura de época arabo-normanda.
La iglesia de Santa María del Almirante, conocida también como la Martorana, en el corazón histórico de Palermo, escenifica a la perfección este palimpsesto cultural en su arquitectura: los mosaicos bizantinos embellecen los arcos apuntados árabes coronados por bóvedas de crucería en lo alto, mientras que en el suelo la geometría de los mosaicos que lo cubre señala la influencia romana y árabe.
Esta bella construcción, es uno de los muchos “libros abiertos” de la historia de Palermo, donde se aprende la forma en que los normandos entendían el arte islámico. Santa María del Almirante fue construida por el arquitecto sirio de origen árabe Jorge de Antioquía, que era también un almirante del rey Roger II, de donde toma su nombre la iglesia. En una columna de su interior existe una inscripción árabe en escritura cúfica, con una cita del Corán. (Existe otra inscripción en la catedral de Monreale, a las afueras de Palermo).
Otro ejemplo simpar es la Capilla Palatina. Roger II la mandó a construir sobre una capilla anterior, de la que se ha mantenido la cripta. Posee una cúpula basilical y tres ábsides según corresponde a la arquitectura bizantina. Sin embargo, su profusa decoración presidida por un techo de madera con elaborados mocárabes hace gala del más genuino estilo árabe, algo impensable para un templo cristiano.
Cuando Roger II muere en Palermo en 1154, le sucede su hijo Guillermo I, al que sigue Guillermo II, que la historia rebautizara como “El bueno” para distinguirlo de su hermano Guillermo I. Guillermo II fue rey de Sicilia y Nápoles durante el periodo de 1166 a 1189 y su reinado fue determinante a la hora de dar continuidad al florecimiento del arte en Sicilia, que iniciara su padre, con la consolidación y unificación de las conquistas normandas en la isla y el sur de Italia. De igual modo, lograron mantener las plazas del Norte de África, creando el Reino de África en las costas de Tripolitania y Túnez en 1135, hasta 1160.
Guillermo llevó a cabo grandes proyectos constructivos como, entre otros, la catedral de Monreale (a las afueras de Palermo) y el ‘espléndido’ (pues en árabe este es el significado de “al-Zisa”) palacio de la Zisa, cuya construcción había iniciado su antecesor. El palacio constituye el epítome de la influencia árabe en las construcciones áulicas. Como sucedía en al-Andalus, los jardines, así como otros espacios públicos abiertos incluían la presencia del agua, donde cumple con su propósito más noble: el embellecimiento de los lugares y la creación de un confortante diálogo entre arquitectura y jardín, sin olvidar su razón práctica como la de facilitar alivio en las tórridas temperaturas estivales del área mediterránea.
Los normandos fueron maestros en adaptar diferentes formas artísticas, al crear un estilo propio, conjugándolo con todas la influencias y culturas que enriquecieron la sociedad siciliana: romana, islámica, lombarda y bizantina. El resultado fue un arte que ha perdurado en el tiempo hasta nuestros días, desvelándonos el prodigioso efecto de la multiculturalidad.
Por Ana M. Carreño Leyva
Fundación El legado andalusí

Ábsides de la Catedral de Monreale.CC 4.0-BY NC ND. panormus.es
Las tres ábsides con decoración fatimí destacan sobre el aspecto austero de la Catedral de Monreale.
Inscripción en árabe en el interior de la Iglesia de Santa María del Almirante, también conocida como La Martorana.
Sala della Fontana. CC 4.0-BY NC ND. panormus.es
Sala della Fontana. Los frescos barrocos que se ven en la paredes fueron añadidos en el siglo XVII.
Claustro Benedictino de Monreale. CC 4.0-BY NC ND. panormus.es
Anexo a la catedral, el claustro del convento benedictino de Monreale muestra el talento que desplegó la cultura arabo-normanda. Las columnas, cada una decorada con un diseño diferente de azulejos dorados, soportan unos capiteles profusamente labrados. La taza de la fuente tiene forma de palmera, evocando siempre el jardín.
Palacio de la Zisa.
Vista de 360º de la Zisa con el nuevo jardín, tras las obras que comenzaron a ejecutarse en 1993 y terminaron en 2011. ©Universidad de Palermo para iHeritage. Las residencias de verano eran algo frecuente en la corte normanda, un gusto heredado de los árabes, grandes conocedores de las técnicas jardineras que desarrollaron con maestría aprovechando la abundancia de agua.
El proyecto iHeritage.
El desarrollo de este proyecto ha sido posible gracias al apoyo económico de la Unión Europea, a través del programa iHERITAGE I ENI CBC Med.
Esta innovadora iniciativa consiste en la aplicación de tecnología avanzada para la interpretación en el mundo actual y su difusión en el siglo XXI, de un conjunto de monumentos del área mediterránea declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
La Fundación El legado andalusí, ha participado junto a otros países mediterráneos como Líbano, Portugal, Egipto Italia y Jordania en este proyecto, con la aportación de la reconstrucción arqueológica virtual del Generalife.
Los monumentos y lugares que forman parte del proyecto, permiten el acceso al patrimonio cultural del Mediterráneo.
La parte de este proyecto dedicada al patrimonio monumental arabo-normando en Sicilia, ha sido desarrollado por el Departamento de Arquitectura de la Universidad de Palermo, bajo la dirección de la profesora Rossella Corrao.
El objetivo es mejorar el nivel de información, comunicación y revalorizar el legado normando, tanto en Palermo como en el exterior, a través de la aplicación de experiencias de realidad virtual aumentada e inmersiva, y las tecnologías innovadoras ITC (Tecnologías para la Comunicación y la Información). Con este sistema se permite una mayor participación pública, tanto por parte de investigadores, estudiantes y público en general, siendo asimismo de una gran utilidad para el acceso a personas con discapacidad, pues permiten superar las barreras arquitectónicas sin comprometer la integridad estética de los monumentos con rampas o ascensores.
Webs generadas en el Proyecto:
Experiencias inmersivas: Itinerario arabo normando en Sicilia, Byblos (Líbano), Alhambra, Generalife and Albayzín (España), Pyramid Fields of Giza (Egipto), Petra (Jordania) y Dieta Mediterránea.
iHeritage en Palermo
Entre otras estructuras de época arabo-normanda del reino de Sicilia (1130-1194), se han reconstruido de manera virtual el palacio de la Zisa, y la Cuba, para mostrar su aspecto y su función originales, combinando información científica e hipótesis reconstructivas con efectos creados digitalmente. De igual modo se ha realizado una reconstrucción en 3D de los qanat, infraestructuras subterráneas para conducción del agua, elemento imprescindible para abastecer estanques, fuentes y jardines de los edificios normandos.
El palacio de la Cuba, al igual que el de la Zisa, fue una residencia dedicada al ocio, el descanso y la caza, construida en 1180 por Guillermo II de Sicilia. Era un lugar adonde escapar del calor estival, por lo que estaba rodeado de agua y numerosos jardines de abundante fronda.
Reconstrucciones de la Cuba en 3D realizadas por la Universidad de Palermo para iHeritage.


QR para visualizar la recreación virtual en 3D de la Cuba y su entorno.


