Jerónimo Münzer y su viaje por la España del siglo XVI

PARTE II

En el año 1495, tres años después de la conquista de Granada por los Reyes Católicos, un viajero alemán, el médico Jerónimo Münzer visita Granada. En su importante crónica nos relata cómo era esa ciudad recién convertida en cristiana.

El talante abierto con el que viaja a la Península el médico austriaco es digno de destacarse, siempre dispuesto a que sorpresas e imprevistos invadiesen su ánimo. Esto se traduce en el espíritu receptivo que le acompaña mientras describe gran parte de lo que ve. Tanto es así, que a menudo acoge sin acritud circunstancias que se apartan de su mundo conocido y con frecuencia se comporta de manera generosa cuando ha de pronunciarse con elogios. Además, pocas son las veces en que sus calificativos pueden herir la sensibilidad de la gente que observa. A propósito de esto último, sencillo resultará analizar el conjunto de su obra para comprobar cómo, aun habiéndole debido de resultar extrañas ciertas costumbres de los moriscos, jamás saltan entre sus páginas desconsideraciones que rocen el tipo de vida de esta población.

 

Antes de reproducir algunos de los fragmentos redactados por Münzer, no estará de más apuntar ciertas deducciones que se desprenden del análisis global de su relato, como es, por ejemplo, que el grupo de amigos viajeros hubieron de practicar sus itinerarios a pleno rendimiento, empleando mañana y tarde en los desplazamientos. Nos consta que durante el trayecto iban alquilando caballos para trasladarse de un lugar a otro, modo de viajar que hubo de procurarles no pocas fatigas pero que, aun así, nos revela y confirma la pertenencia de estos jóvenes a estamentos privilegiados, pues también entre los viajeros medievales cupo establecer distinciones sociales. Lo común es que la población más humilde viajase a pie, reservándose para las clases más favorecidas el traslado a caballo, medio este último con el que, como es lógico, solía doblarse la media de distancia conseguida por los que caminaban sin animales o por los que, en todo caso, transportaban mercancías arrastrando carros tirados por bueyes o mulos. En el caso de Münzer, sorprende comprobar hoy los extensos trayectos que fue capaz de recorrer con medios tan rudimentarios.

Vista de Granada. Civitatis Orbis Terrarum. J. Hoefnagel. ©Wiki Commons

«El 22 de Octubre, después del mediodía, entramos en la gloriosa y populosísima ciudad de Granada y, pasando por una larguísima calle, entre medias de infinitos sarracenos, fuimos recibidos finalmente en una buena posada. Nos descalzamos inmediatamente, pues no podíamos entrar sino con los pies descalzos y entramos en su mezquita mayor, más distinguida que las otras. Había lodo, a causa de la lluvia. Toda está cubierta de finos tapetes de blanco junco, lo mismo que el arranque de las columnas […]. Además de las columnas laterales hay huertos y palacios. Vimos también arder muchas lámparas y a sus sacerdotes cantar sus Horas, y más que cantos, creería que eran alaridos».

Curioso resulta su relato acerca de cómo rezan los musulmanes: “En la ciudad hay otras muchas [mezquitas] más pequeñas que pasan de doscientas. En una de ellas vimos cómo rezaban sus oraciones doblándose y dándose la vuelta como una bola y besando la tierra y golpeándose el pecho al canto del sacerdote, pidiendo a Dios según sus ritos, el perdón de sus pecados”.

De paso por un cementerio, también da cuenta de las sepulturas musulmanas: “Me dijo don Juan de Spira, varón digno de crédito, que cada sarraceno se entierra en una sepultura nueva y propia. Construyen las sepulturas con cuatro losas de piedra, de manera que apenas si se cabe en ellas. Las cubren con ladrillos para que no toque la tierra al cadáver. Luego se allana la fosa con tierra”.

Estancias de la Alhambra. ”Recuerdos y bellezas de España” , bajo la real protección de la reina y el rey. Obra destinada para dar a conocer sus monumentos y antigüedades en láminas dibujadas del natural y litografiadas por F. J. Parcerisa. ©Wiki Commons

 

Maravillosa impresión le causa su visita a la Alhambra: “Vimos allí palacios incontables, enlosados con blanquísimo mármol; bellisimos jardínes, adornados con limoneros y arrayanes, con estanques y lechos de mármol en los lados; también cuatro estancias llenas de armas, lanzas, ballestas, espadas, corazas y flechas; suntuosísimos dormitorios y habitaciones; en cada palacio, muchas pilas de agua viva; un baño   ̶ ¡Oh, qué maravilla! ̶   abovedado, y fuera de él, las alcobas; tantas altísimas columnas de mármol, que no existe nada mejor; en el centro de uno de los palacios, una gran taza de mármol, que descansa sobre trece [sic] leones esculpidos también en blanquísimo mármol, saliendo agua de la boca de todos ellos como por un canal. Había muchas losas de mármol de quince pies de longitud por siete u ocho de anchura, e igualmente muchas cuadradas, de diez y once pies.

No creo que haya cosa igual en toda Europa.Toda está tan soberbia, magnífica y exquisitamente construida, de tan diversas materias, que se creería un paraíso. No me es posible dar cuenta detallada de todo”.

Dedicado a describir la Alhambra, no se resiste a contar escenas relacionadas con la vida en el interior de los palacios nazaríes: “Había en el baño una bella pila de mármol, donde se bañaban desnudas las mujeres y concubinas. El rey, desde un lugar con celosías que había en la parte superior   ̶ y que nosotros vimos ̶, las contemplaba, y a la que más le agradaba, le arrojaba desde arriba una manzana, como señal de que aquella noche había de dormir con ella».

La riqueza monumental le cautiva: Todos los palacios y estancias, en la parte de arriba tienen artesonados y techumbres tan soberbias, fabricadas con oro, lapislázuli, marfil y ciprés, de tan variadas maneras, que no se puede ni escribir ni contar.

El agua de la Alhambra se deja ver en algunas de sus palabras: “Hay en los palacios tanta belleza, con las cañerías de agua con tanto arte dirigidas por todos los sitios, que no se da nada más admirable. A través de un altísimo monte, el agua corriente es conducida por un canal y se distribuye por toda la fortaleza”.

Vista de La Alhambra desde el camino de la Fuente del Avellano. Recuerdos y bellezas de España” , bajo la real protección de la reina y el rey. Obra destinada para dar a conocer sus monumentos y antigüedades en láminas dibujadas del natural y litografiadas por F. J. Parcerisa. ©Wiki Commons 

A la grandeza de la ciudad dedica varios párrafos: «Tiene la ciudad de Granada siete colinas y sus montes con los valles correspondientes, todos los cuales están habitados. La parte de enfrente de la Alhambra es, sin embargo, la mayor. La Alhambra, hacia el mediodía, tiene en la falda del monte otra ciudad que llaman la Antequeruela (Antiquirola), que hace unos ochenta años edificaron los prófugos de Antequera que se refugiaron en Granada, después que aquella ciudad de los sarracenos fue conquistada por los cristianos.

La llanura tiene a su alrededor muchas montañas. Hacia el norte está el Albaicín, otra ciudad fuera de las murallas antiguas de la verdadera ciudad de Granada. Tiene las calles tan estrechas y angostas, que las casas en su mayoría se tocan por la parte alta, y por lo general un asno no puede dejar paso a otro asno, como no sea en las calles más famosas, que tienen de anchura quizá cuatro o cinco codos, de manera que un caballo puede dejar paso a otro. Las casas de los sarracenos son en su mayoría tan reducidas   ̶ con pequeñas habitaciones, sucias en el exterior, muy limpias interiormente ̶ , que apenas es creíble. Casi todas tienen conducciones de agua y cisternas. Las cañerías y acueductos suelen ser dos: unos para el agua clara potable, otros para sacar las suciedades, estiércoles, etc. Los sarracenos entienden de esto a la perfección. Hay abiertos en todas las calles canales para las aguas sucias, de manera que cada casa que no tiene cañerías por las dificultades del lugar, pueda arrojar durante la noche sus inmundicias en aquellos canales. No abundan las cloacas, y, sin embargo, los hombres son limpísimos.

En tierra de cristianos, una casa ocupa más espacio que cuatro o cinco casas de sarracenos. Por dentro son tan intrincadas y revueltas, que las creerías nidos de golondrinas. De aquí proviene que se diga que en Granada hay más de cien mil casas, como yo buenamente creo. Sus tiendas y casas se cierran con sencillas puertas de madera y clavos de palo, como se acostumbra en Egipto y en África, pues todos los sarracenos convienen tanto en las costumbres como en los ritos, utensilios, viviendas y demás cosas».

Torre de los Tres picos. ”Recuerdos y bellezas de España” , bajo la real protección de la reina y el rey. Obra destinada para dar a conocer sus monumentos y antigüedades en láminas dibujadas del natural y litografiadas por F. J. Parcerisa.

Sobre el reino de Granada refiere: «El reino de Granada, que entre los antiguos se llama Hispania Baetica, se extiende a manera de semicírculo, cuyo diámetro hacia el mediodía es el mar. Está rodeado por todas partes por altísimos montes, y su interior es asimismo montañoso. Su anchura, desde el norte al mediodía, es de tres Jornadas, y su longitud tal vez de siete u ocho. Las ciudades marítimas más ilustres que tiene, empezando por el norte, son: Almería, de la cual escribí más arriba; Almuñécar (Almonikar), famosa por el azúcar, en donde crecen cañas de seis y siete codos de longitud, y gruesas como el brazo en el arranque de la mano; Vélez-Málaga (Velismalica), ciudad opulenta, con un magnífico castillo; Málaga (Malica) ínclito puerto de mar. Las ciudades mediterráneas más famosas son Baza (Bassa), Guadix, Granada, Loja, Alhama, Ronda y Marbella (Morbella). Hay un sinnúmero de castillos y lugares. No está cultivada sino donde se puede regar. Creo que la ciudad de Granada está situada en la parte más alta del reino, porque en aquella época no vimos nieve en ninguna montaña, sino en la que se llama la Sierra, sobre la ciudad de Granada.

Hay también allí ríos de agua dulce y salubre, que tienen truchas y otros peces que requieren agua fresca y de fuente. Las ciudades del reino están emplazadas por lo general en los montes o en sus laderas, tan fuertes, con las torres, defensas, barbacanas, almenas y fosos, como no hay nada más.  Es un reino muy rico. Abunda en seda como no la hay mejor en el mundo; tiene también mucho azafrán, principalmente en la parte baja. Los higos tiran al sabor del azúcar, y no son muy grandes. Produce también aceite, almendras, esparto, cochinilla de los tintoreros, de la cual se venden dos libras por ducado y medio, y otras muchas cosas. Todos los ríos provienen de fuentes de agua excelente y dulcísima. En el estío, a causa del deshielo de la nieve, el agua nunca o rara vez falta. Ni en ninguna región de España es tan frecuente la lluvia   ̶ debido a la elevación de las montañas, que son la causa de ella y de la elevación de los vapores ̶   como sucede en Metz y en Salzburgo».

Sobre el enorme cementerio situado entonces en la Puerta de Elvira dice: «El 24 de octubre, saliendo de mañana por la puerta Elvira, cerca de nuestra posada, recorrimos aquel cementerio, que es tan grande y está distribuido en tantos planos, que causa admiración. Uno era el antiguo, y poblado de olivos; el otro no tenía árboles. Los sepulcros de los ricos estaban rodeados, en cuadro, como los jardines, con muros de rica piedra. Fuimos también al cementerio nuevo, donde vimos enterrar a un hombre, y a siete mujeres, vestidas de blanco, sentadas cerca del sepulcro, y al sacerdote, con la cabeza hacia el mediodía, también sentado, y cantando con continuos y grandes alaridos, mientras que las mujeres sin cesar esparcían odoríferos ramos de mirto sobre la sepultura. Este cementerio es dos veces mayor que el de Núremberg».

Torre de San Lorenzo en el Albaicín, Granada. Dibujo realizado por Federico Ruiz, a partir del grabado de Edward Skill, para la revista española El Museo Universal. 1860. ©Wiki Commons

Acerca de la mezquita del Albayzín señala: «Extramuros de la grande Granada, y cercana a la parte de afuera de sus murallas, hay otra grande ciudad, llamada Albaicín, que tiene más de catorce mil casas, y que no se puede ver desde la Alhambra. En esta ciudad, o más bien parte de Granada, hay una bellísima mezquita, de ochenta y seis columnas exentas, que es menor, pero mucho más bella que la mezquita mayor de la ciudad, con un deliciosísimo jardín sembrado de limoneros».

Ciertos pasajes inciden en algunos ritos de los musulmanes: «Al reunirse en las mezquitas, permanecen de pie, ordenadamente y descalzos, habiéndose antes lavado los pies, las manos, los ojos, el ano y los testículos. A una señal del sacerdote, inclinan primeramente la cabeza, golpeándose el pecho; luego se postran en tierra y oran. Y, por último, se levantan de nuevo. Hacen esto tres veces, y en la creencia de haber sido absueltos de sus pecados de esta manera, vuelven a su trabajo».

«Los moriscos en el reino de Granada, dando un paseo en el campo con mujeres y niños». Christoph Weiditz, 1529. ©Wiki Commons.

Proporciona detalles precisos sobre la indumentaria de los musulmanes: «No he visto a ningún hombre que llevase calzas, a no ser algunos peregrinos que las llevaban hasta las rodillas, sujetas con nudos en la parte posterior, de manera que a la hora de la oración y de las abluciones pudieran fácilmente quitárselas. Las mujeres, en cambio, todas llevan calzas de lino, holgadas y plegadas, las cuales se atan a la cintura, cerca del ombligo, como los monjes. Sobre las calzas se visten una camisa larga, de lino, y encima, una túnica de lana o de seda, según sus posibilidades. Cuando salen, van cubiertas de una blanquísima tela de lino, algodón o seda. Cubren su rostro y cabeza de manera que no se les ven sino los ojos».

Finalmente, minuciosa es la descripción de un juego militar al que asiste como invitado del conde de Tendilla: «El 26 de octubre, domingo de vigilia de San Simón y San Judas, el generoso conde de Tendilla hizo reunirse en honor nuestro a unos cien caballeros suyos de los más diestros, quienes en una explanada del castillo de la Alhambra, que tenía ciento treinta pasos de longitud, habían de practicar un Juego de estilo militar: divididos en dos bandos, unos acometían a los otros con largas y agudas cañas, como lanzas; otros, simulando huir y protegiendo sus espaldas con escudos y broqueles, atacaban de igual modo a los otros, jinetes en sus caballos, que son tan ligeros y veloces y tan ágiles para todo movimiento, como no los hay igual. Es un juego bastante peligroso, pero ejercitándose en aquella fingida batalla, en la verdadera guerra tienen menos miedo a las lanzas. Luego, con cañas más cortas, con el caballo a toda carrera, hacían blanco como si disparasen la flecha con arco o ballista. Nunca vi espectáculo tan bello».

 

Por Juan Castilla Brazales.

Arabista y escritor.

 

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