Jerez, la ciudad de tres mundos

Jerez de la Frontera es más que vino, el flamenco y los caballos, ya sean los de raza o los de potencia de las motos. Su historial cruza por muy distintas épocas, de particular importancia la de al-Andalus, patente en la Ruta de Almorávides y Almohades.

 

La tarde que llegamos huían de Jerez, como despavoridos, miles de caballos encerrados en motos Harley Davidson, BMW o Kawasaki. Habían terminado las carreras que logran congregar aquí, cada año, como en un moderno aquelarre sin más brujería que la de la mecánica y la amistad, una incontable turbamulta de moteros de toda Europa y la ciudad se adormecía en el silencio que sigue a la batalla.

Ahora el silencio lo imponía la neblina de la mañana de un domingo de septiembre, aún sin recuperarse de las vacaciones estivales, todavía sin atreverse a inaugurar las fiestas de otoño.

Al pie del antiguo camino de Medina Sidonia, la ruta del toro bravo de la que Jerez es la puerta, la Cartuja imponía también su silencio en los patios de acceso a la iglesia. Parecía que nunca hubiese roto un plato en la historia de esta Jerez que ahora se vanagloria del caballo, que ha hecho de él uno de sus tres mundos, que se ha convertido en su animal totémico y preside avenidas, calles y plazas.

Por todas partes, menos aquí, en el punto del que partieron las yeguadas que llenaron las ceremonias de las cortes reales de Europa comenzando por la imperial de Viena, cuyo único resto vivo es la Spanische Reitschule -la Escuela Española de Equitación- en el corazón del Hofburg.

Cartujanos son los caballos de los cuadros de Velázquez y el que monta Felipe III en la Plaza Mayor de Madrid. Ahora aquí solo reina el silencio de Hamlet aunque Jerez ya esté levantándose, llenando la plaza del antiguo mercado, la de Doña Blanca. Allí mismo se alza aún el círculo de otro de sus mundos, el imponente local de todas las estampas comerciales de los años veinte. En su interior se centraba una pirámide de botellas del “coñac” que luego fue condenado a ser brandy, fundador de todos los demás, inmortalizado por Federico García Lorca en su Romancero Gitano:

… detrás va Pedro Domecq

con tres sultanes de Persia.

La media luna soñaba

Un éxtasis de cigüeña.

Y también, al lado, el Teatro Villamaría, levantado para una burguesía a la que no le importaba medirse con la que formaban sus primos en las grandes capitales europeas. Ahora, a lo largo del año, la música flamenca se mide con la sinfónica y la de las óperas y por febrero y marzo lo rapta para él solo en un Festival que ha conquistado un puesto entre los más importantes de Jerez.

Jerez tocó siempre en flamenco todos los palos porque el mundo flamenco es también suyo. A Richard Ford, antes de la mitad del XIX, no le gustaban especialmente sus jaleos, juzgándolos poco refinados, pero, al final, de allí salió seguramente el talento con el que la ciudad vive identificada, tanto que aquí se ha inventado lo último que ha dado de sí el arte cañí: la peña de guardia que, como la farmacia, socorre a quien llega ahíto de sones y bailes.

Un poco más allá el Arenal guarda otros ecos: los de justas, torneos, corridas caballerescas y juegos de cañas de los jinetes jerezanos. Ahora es el corazón de la ciudad, un corazón de siglos que ha necesitado muchas operaciones y por eso aparece nuevo y remozado cuando, seguramente, la estampa del llano era muy parecida a la que aún podemos ver en Chinchón: en la parte de abajo, este llano encuadrado por las aceras porticadas y arriba la iglesia de San Miguel y el alcázar.

Alcázar de Jerez de la Frontera, Cádiz.

La iglesia   ̶ con pórtico y campanario en una sola pieza como la de Santiago, ubicada en el barrio más flamenco ̶   cuenta con un retablo de Martínez Montañés en el que el Arcángel manda al infierno a Lucifer. San Miguel está arriba, como indica la corrección teológica, y el otro abajo, compartiendo sitio con los demás condenados y con el cura que ahora dice la misa para familias endomingadas. ¿Tendrá razón Fernando Artacho en La gubia del alumbrado donde cuenta sobre la pertenencia del escultor a la Cofradía de Granada y que este retablo sea, en realidad, una ironía o una crítica?

El alcázar está, como quien dice, al otro lado de la calle, dominando las bodegas, el antiguo y el nuevo cabildo, la colegiata… En realidad, es una imposible acrópolis almohade que nos ofrece casi en la misma puerta un oratorio musulmán, una rarísima alcoba que conserva incólume hasta el alminar, gracias a que permaneció durante siglos tapado por otros estilos no demasiado valiosos a juicio del restaurador. Y el molino, cuidadosamente restaurado, con su viga ciclópea entera. Y la alhama, más allá del jardín, al borde de la otra puerta que llamaban “del campo”, con sus salas coronadas de estrellas.

Por la escalera en lo que antes debió ser cortadura se baja hasta la colegiata, hoy catedral y antes mezquita. Su alminar, ahora separado del edificio tardobarroco, conserva, además de sus ventanas, su esbeltez realzada aún más por el agudo cuerpo de campanas del estilo que los Hernán Ruiz impusieron a partir de la Giralda.

Catedral de Jerez de la Frontera, Cádiz.

Es entonces cuando vuelve a aparecer la ciudad, la Jerez ilustrada que en el siglo XVIII inventó sus vinos y comenzó a levantar esas casas con estilos nuevos que imitaban el esplendor del mundo clásico. Las calles principales enseñan portadas y balcones elegantes; en las traseras se descuelgan de las paredes glicinias y buganvillas que son como guiños al viandante de los jardines secretos de corralones y bodegas. Seguramente no habrá otra ciudad con más jardines cerrados para muchos que esta, con especies de plantas y árboles exóticos, pues el amor por el exotismo llegó a alcanzar tal nivel que hay quien se permitió el lujo de tener estanques con caimanes.

Desde hace siglos las familias vinateras construían las naves para su industria como si de monasterios se tratase: andanas de toneles en catedrales con sacristías para la degustación reposada del vino.

 

Dice la voz popular que ahí, en el pequeño llano que se extiende antes del descenso hacia el casco de la Grazalema más antigua, nació el “toro de cuerda”, la corrida popular que se celebraba en bodas y en días señalados, tan popular que sus escenas están talladas en la sillería del coro de la catedral de Sevilla. Decaída en casi todas partes, hoy sigue siendo una nota distintiva del Domingo de Resurrección aquí y, por extraño que parezca, también en Arcos de la Frontera. Algún día habrá que estudiar la influencia de las casas señoriales en la formación de la personalidad de los pueblos.

El Cabildo Viejo o Antiguo Ayuntamiento se encuentra en el Barrio de San Dionisio. Declarado como Bien de Interés Cultural en 1943.​

El caserío se despereza al calor de la mañana entre azulejos que pregonan vinos y brandys en las fachadas y los mostradores de los bares; botella y copas en otros que señalan academias de baile… estas son sinergias que inundan la ciudad desde los Cuatro Caminos a la Povera, donde empieza el camino de Sevilla y se abre la zona de otras grandes casas, las que trajo un ochocientos dorado y convulso, rumboso y dramático.

En una de ellas, el Palacio de las Cadenas, se alberga la Real Escuela de Arte Ecuestre que emparenta a Jerez con Viena. Dicen que la casa la proyectó Garnier  ̶ el de la ópera parisina ̶  para una familia oriunda de Francia que en la épocas de esplendor y de ruina alternaron entre el ineludible reparto de bienes y la venta a otros que ascendían.

Sede de la Fundación Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre.

Aquí vivió Walter B. Back y hasta aquí trajo su amistad a Abel Chapman para escribir juntos La España inexplorada; por aquí anduvo también Milton A. Huntington, el fundador de la Spanish Society of America.

El filántropo ameriano Milton A. Huntington se quedó prendado de España tras la lectura de las obras de George Borrows The Zincali y The Bible in Spain. Corría el año 1882, y era entonces un joven heredero de tan solo doce años. Pero desde aquel momento la idea de un viaje a España le siguió persiguiendo hasta que en 1892, coincidiendo con la celebración del IV Centernario del Descubrimiento de América, llega por primera vez “al país más fascinante del mundo” según sus palabras.

Sus biógrafos aseguran que fue la obra El Cid del dramaturgo francés del siglo XVII Pierre Corneille, la que atrajo poderosamente su atención hacia Sevilla a través del enamoramiento que profesa el Campeador por la ciudad. Huntington patrocinará las estatuas ecuestres de El Cid Campeador de Sevilla (gemela a la que preside la entrada principal de la American Society of America en Nueva York que más tarde estaría acompañada por otras dedicadas a Boabdil y Don Quijote), y las de Washington, Nueva York, San Francisco, San Diego o Los Angeles. En 1897, una de las primeras publicaciones con las que inicia su colección de ediciones facsímiles es El Poema del Cid, a la que siguieron cuidadísimas ediciones de obras fundamentales del hispanismo como La Araucana, Tirant lo Blanc, Artús de Algarve, El Quijote y un largo etcétera.

Huntington participó en excavaciones arqueológicas como la de Itálica, (Sevilla) previo arrendamiento del solar, lo que propició el contacto con fuentes que fueron de gran ayuda para obtener materiales con los que engrosar su colección de antigüedades históricas, pero sobre todo la adquisición de grandes bibliotecas.

La labor filantrópica alcanzó otros campos como el de la pintura, y apadrinó a numerosos pintores como Sorolla, Fortuny, López-Mezquita o Zuloaga.

Con el acopio de tanto material, Huntington funda en 1904 la Spanish Society of América, para lo que contó con el asesoramiento de lo más granado de la intelectualidad española: Menéndez-Pelayo, el Duque de Alba, Miguel de Unamuno…, que a su vez conectaron con sus homólogos americanos,  escritores como, entre otros, Mark Twain.

Además de la magnífica biblioteca española de libros antiguos (de más de 200.000 ejemplares de los que 250 son incunables) y la valiosa pinacoteca con obras del Siglo de Oro, la colección arqueológica de más de un millar de objetos (algunos de ellos con más de cuatro mil años de antigüedad), los objetos de cerámica y artes suntuarias le valen el calificativo de mayor museo de arte hispánico fuera de nuestras fronteras.

Escultura ecuestre de El Cid Campeador en el exterior de la Hispanic Society of America, en Nueva York

Rodando, rodando acabaron esta mansión y sus jardines siendo los de una institución que, en manos del gobierno autonómico, sirve de embajadora a esta ciudad y a toda la tierra andaluza y española. Aquí es el caballo quien manda en una guerra pacífica por abrir puertas, conquistar mercados, llevar a donde sea el sabor de una tierra milenaria. El picadero, la talabartería, los carruajes ordenados en su museo, los caballos pulcramente metidos en sus cuadras… todo ha sido dispuesto en un proceso en el que se mezclaron el azar y la intuición, la razón y el sentimiento.

Probablemente eso sea también Jerez, una mezcla de raciocinio cartesiano y cabriola equestre.

 

Antonio Zoido
Es escritor

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