
Entre la Alhambra y Tombuctú.
Abu Ishaq al-Sahili, arquitecto del desierto y puente de civilizaciones
Por Youenn Rault
Responsable Cultural de la Maison de France en Granada.
En el mundo medieval, cuando los mapas aún eran dibujos al borde del mito y las dunas parecían muros naturales entre mundos, hubo un hombre que trazó con su vida una ruta inesperada entre la roja Alhambra y los minaretes de barro de Tombuctú. Ese hombre fue Abu Ishaq Ibrahim al-Sahili, conocido también como al-Tuwayjin[i], apodo entrañable para quien se convertiría en figura mayúscula del diálogo cultural entre el Mediterráneo y el África subsahariana. Poeta granadino, jurista ilustrado, arquitecto improvisado y diplomático de facto, fue también un símbolo humano del mestizaje civilizador que floreció en los márgenes del islam.
Aunque el nombre de Abu Ishaq al-Sahili rara vez figura en los libros escolares o en las listas de grandes arquitectos, su vida y obra merecerían un lugar destacado en la memoria colectiva. Conocer su historia va a permitirnos una vez más comprender que más allá de las fronteras geográficas o culturales existen vínculos profundos que han tejido —desde hace siglos— un Mediterráneo de intercambio, diálogo y creación compartida.
[i] Tuwayjin es en árabe el diminutivo de la palabra caldero.
Granada: cuna de letras y exilio de talento
Nacido en Guadix y criado en una familia acomodada de comerciantes y escribanos, al-Sahili destacó desde joven en las artes de la retórica y la jurisprudencia. Recibió una educación sólida, probablemente en madrasas granadinas donde se enseñaban las disciplinas clásicas del saber islámico: gramática, lógica, derecho malikí, poesía y tafsir (comentarios del corán). En la corte nazarí fue celebrado como un rajul adab —un hombre de letras— excepcional, comparado incluso con el legendario Mutanabbi.
El gran cronista Ibn al-Jatib, secretario y visir de los sultanes Yusuf I y Muhammad V, lo describió como “una trama única en las letras”, sin igual en prosa ni en verso. Su estilo, delicado y emocional, lo convirtió en una de las voces más apreciadas de su tiempo, capaz de entrelazar las formas clásicas árabes con el aliento nostálgico del exilio inminente.
Sin embargo, su ascenso intelectual coincidió con un tiempo de intrigas y disputas cortesanas. En algún momento después de 1321, abandonó Granada y emprendió el Hajj, peregrinando hacia La Meca a través de Egipto, Siria e Irak. Fue una partida forzada, según relata Ibn al-Jatib, quien sugiere que fue proscrito o desterrado, quizás como resultado de celos literarios o luchas de poder. Desde Marraquech escribió una emotiva carta de despedida a sus compatriotas, evocando la «región de la generosidad» que era Granada.
El encuentro en La Meca: poesía y oro en la arena
Durante el Hajj de 1324, en las calles sagradas de La Meca, el poeta granadino se topó con uno de los personajes más enigmáticos del siglo XIV: Musa I, más conocido como Mansa Musa, emperador del vasto reino de Malí. Este monarca legendario, célebre a su llegada a la ciudad santa por la opulencia de su caravana que iba cargada de oro, esclavos, sabios y camellos, no solo buscaba cumplir con un precepto islámico, sino proyectar la grandeza de su imperio a los ojos del mundo musulmán.
Su paso por El Cairo dejó tal impresión que los cronistas mamelucos registraron la desestabilización económica causada por la generosidad del monarca africano. Pero más allá del oro, Musa buscaba algo más duradero: reconocimiento espiritual, saberes técnicos y legitimidad religiosa.
Al escuchar los versos de al-Sahili, Musa quedó cautivado. La erudición del andalusí, su dominio de la lengua y su arte para narrar lo conmovieron tanto que lo invitó a regresar con él a África Occidental. Lo que siguió fue más que una simple migración. Fue una migración de saberes, una transfusión arquitectónica, poética y política. Al-Sahili aceptó, y con él viajó la herencia intelectual de al-Andalus.
Tombuctú: la hermana morena de la Alhambra
Ya en Tombuctú, entonces un centro emergente de comercio y erudición, al-Sahili pasó de las letras a la piedra o, mejor dicho, al barro. Aunque no era arquitecto en el sentido técnico moderno, su formación literaria, su sensibilidad estética y su familiaridad con las formas arquitectónicas de su tierra natal lo convirtieron en un innovador del barro y la madera.
Construyó para Mansa Musa una sala de audiencias de planta cuadrada, un salón de trono que, según indica Ibn al-Jatib, recordaba por su disposición a las salas palaciegas de la Alhambra. Este detalle, fascinante y apenas mencionado en fuentes históricas, permite entrever que existía una “hermana africana” de la Alhambra en pleno corazón del Sahel. Así, en Tombuctú florecía una arquitectura de resonancias hispanoárabes, adaptada al adobe y la palma, a los vientos del Níger y a la arena roja.
La obra más perdurable de al-Sahili fue la Gran Mezquita de Yingereber, edificada en 1327, alma espiritual de la universidad de Sankoré. Sus líneas recuerdan la arquitectura islámica de occidente: arcos de medio punto, simetría sobria y proporciones majestuosas. Aunque el estilo sudanés preexistía, la mano de al-Sahili aportó un nuevo lenguaje técnico y simbólico, adaptado al entorno saheliano. Introdujo el uso de ladrillos cocidos, vigas de madera como estabilizadores sísmicos, y una concepción del espacio que equilibraba lo funcional con lo ceremonial.
Su influencia, aunque no sistemática, fue adoptada y reinterpretada por generaciones de constructores del Sahel sudanés.
La arquitectura monumental de la región posterior a al-Sahili, no puede comprenderse sin su aporte.
Un exilio con eco poético
Pero el traslado de al-Sahili no fue una elección puramente voluntaria. Ibn al-Jatib deja entrever que su partida fue más bien un exilio: “magrubban o ma‘badan”, dice el cronista —esto es, “desterrado o expatriado”—, que no podía volver a Granada.
Al-Sahili, en una misiva escrita desde Marrakech, dejó testimonio de su dolor y nostalgia: evoca a Granada como la “región de la generosidad”, donde florecían sabios y virtudes. “Todo en Granada despierta mi nostalgia”, confiesa. Su carta, escrita “en la lengua de la añoranza”, es un testimonio humano de la fractura emocional que supone la diáspora, incluso cuando se viste de gloria.
En ella, su pluma traduce el desarraigo con imágenes de jardines perdidos, fuentes silenciadas, y amigos cuya voz ya no oye. La nostalgia no es aquí una emoción pasajera, sino una constante vital, un impulso poético que informa toda su producción posterior.
El legado invisible: cultura, exilio y memoria
Al-Sahili murió en 1346 tras haber acumulado prestigio, riqueza y descendencia —algunos de sus herederos se establecieron en Walata, en la actual Mauritania. Ibn Battuta, quien recorrió Tombuctú en 1353, menciona haber conocido a un descendiente suyo. Ibn Jaldun también le atribuye la construcción de la mezquita de Gao, señalando la originalidad de su diseño y la introducción del ladrillo cocido.
Pero más allá de los edificios, su mayor legado fue ser un símbolo de la movilidad del conocimiento. Como las caravanas que cruzaban el Sahara con manuscritos y sal, al-Sahili transportó ideas, versos y técnicas que unieron dos mundos. Fue un emisario del al-Andalus cultivado que encontró en África Occidental una nueva patria y una nueva voz.
Hoy, cuando los muros de la Alhambra siguen susurrando versos coránicos y la mezquita de Yingereber resiste las arenas del tiempo, el puente tendido por al-Sahili entre Granada y Tombuctú sigue en pie —hecho de palabras, adobe y memoria. Recordarlo es más que un acto de justicia histórica: es una invitación a comprender la historia como un tejido vivo de influencias mutuas, donde incluso un poeta desterrado puede levantar imperios simbólicos.
Por Youenn Rault
Responsable Cultural
de la Maison de France, Granada.

Postal de Tombuctú de 1905-1906, con una vista de la mequita de Sankoré, publicada por Edmond Fortier.
René Caillié, el primer europeo que pudo volver de Tombuctú y contar su historia.
René Caillié fue un viajero del siglo XVIII, el primer europeo que visitó Tombuctú y vivió para contarlo. Siguiendo la estela del célebre explorador Mungo Park −que llevaba diez años desaparecido en el corazón de África−, Caillié decidió embarcarse en el sueño de su vida: alcanzar la ciudad prohibida de Tombuctú. Considerada “ciudad santa” por los musulmanes africanos, Caillié, sabedor de que los infieles no eran admitidos, elaboró un calculado plan: aprendió las costumbres de los nativos, se vistió como ellos, aprendió árabe y estudió el Corán. Todo ello le permitió culminar el viaje, al contrario de otros viajeros anteriores que no logaron el objetivo, y corrieron peor suerte. Muchos fueron los que fracasaron antes de él. Entre otros, el francés Paul Imberte (1618), que fue hecho esclavo, Robert Adams, un norteamericano que en 1810 fue vendido también como esclavo en numerosas ocasiones, el mayor Houghton, que en 1790 recibió el encargo de los ingleses de encontrar Tombuctú y nunca regresó, o el escocés Laing, que murió asesinado cuando abandonaba la ciudad.
La misteriosa e ignota ciudad era famosa por las descripciones que sobre ella circularon en la Edad Media, a través de plumas ilustres como Ibn Battuta, Ibn Jaldun o León El Africano. Tanto es así que las sociedades geográficas ofrecían cuantiosos premios para aquellos que lograran regresar con una descripción verídica de la ciudad. René Caillié lo consiguió; regresó a Francia, y fue recibido con honores; recibió el premio de la Sociedad Geográfica de París por valor de 10.000 francos de oro.

Imagen de René Caillié vestido con indumentaria árabe, junto a una representación de Tombuctú.
Bibliografía consultada
- Ibn al-Jatib, Lisān al-Dīn. Al-Iḥāṭa fī akhbār Ġarnāṭa. Edición moderna revisada.
- Hunwick, John. Timbuktu and the Songhay Empire. Brill, 2003.
- Ibn Battuta. Riḥla. Ed. Defrémery y Sanguinetti.
- Ibn Jaldūn. Kitāb al-‘Ibar.
- Niane, Djibril Tamsir. Historia general de África. Volumen IV. UNESCO, 1984.
- Levitzion, Nehemia. Ancient Ghana and Mali. Methuen, 1973.
- UNESCO. Tombuctú, Patrimonio de la Humanidad, 1988.
- Levtzion, Nehemia & Hopkins, John F.P. Corpus of Early Arabic Sources for West African History. Cambridge, 1981.
