
Lady Mary Wortley Montagu, esposa del embajador británico en Constantinopla en 1716, fue la primera persona occidental en visitar las habitaciones secretas de los harenes imperiales otomanos. En su correspondencia con familiares y un selecto grupo de amigos ─que incluía a la esposa del rey Jorge II─, describió estos ambientes cargados de exotismo y sensualidad que harían volar la imaginación de los viajeros románticos. En 1763, un año después de su muerte, se publicó su libro Cartas desde Estambul, obra que entusiasmó a Voltaire e influyó en artistas de la talla de Ingres. El pintor francés lngres nunca viajó a Oriente ni pudo visitar el interior de un baño turco, pero se inspiró en las descripciones del hamman que hiciera la aristócrata inglesa para crear uno de sus cuadros más célebres, El baño turco.
Cuando en 1716 Mary anunció a sus amigos y familiares que iba a acompañar a su marido a Turquía muchos pensaron que había perdido la razón. Que una dama de su posición social y con un brillante futuro literario arriesgara su vida ─y la de su hijo de cuatro años─ por viajar a «tierras infieles», era algo difícil de comprender. Sin embargo, la intrépida viajera disfrutó de su estancia, aprendió turco, visitó lugares nunca antes pisados por un europeo, dio a luz a una niña, hizo amistad con las hijas del sultán y frecuentó a las damas turcas de más alcurnia.
En una carta enviada a una amiga de Inglaterra, fechada en marzo de 1718, describe con todo lujo de detalles el suntuoso atuendo de su anfitriona, la princesa Fátima, en un relato que más parece un pasaje de Las mil y una noches: «Alrededor del cuello lucía tres cadenas que le llegaban a las rodillas: una de grandes perlas, al final de la cual colgaba una esmeralda de bonito color, tan grande como un huevo de pavo; otra formada por doscientas esmeraldas colocadas muy juntas, del verde más penetrante […]. Mas sus pendientes eclipsaban al resto de sus joyas: eran dos diamantes en forma de pera idénticos, grandes como una avellana de considerable tamaño».
Lady Wortley Montagu se convirtió en un personaje muy célebre en la Inglaterra de principios del siglo XVIII no sólo por la calidad de sus poemas y agudas sátiras, sino por su azarosa vida amorosa. Desafió a su padre casándose a escondidas con el hombre que ella eligió, y su extravagante y alocado hijo se convirtió en su más pesada carga. También protagonizó encendidas polémicas con los intelectuales más importantes de su tiempo, entre ellos el poeta Alexander Pope. Enamorada en su madurez de un joven y apuesto literato veneciano, abandonó su agitada vida londinense y marchó a vivir definitivamente a Italia. Su hija lady Bute ─nacida durante su estancia en Estambul─, asustada por las excentricidades de su madre, decidió quemar sus diarios más íntimos para evitar un mayor escándalo. Por fortuna nos quedan sus deliciosas cartas escritas durante su estancia en Estambul y que, previsora, dejó en manos de un reverendo holandés para que fueran publicadas a su muerte. Son un documento histórico único para conocer el esplendor de un imperio que perdía poco a poco su poder y posesiones en Europa, pero donde la corte del caprichoso sultán Ahmet lll mantenía todo el lujo y la pompa de antaño.
Un espíritu rebelde
El 26 de mayo de 1689 nacía en el elegante barrio londinense de Covent Garden una niña a la que bautizaron como Mary Pierrepont. Su padre, Evelyn Pierrepont, duque de Kingston, era un rico, atractivo y vividor aristócrata miembro del Parlamento inglés por el partido liberal. La madre, Mary Fielding, era hija del conde de Denbigh y estaba emparentada con el famoso escritor inglés Henry Fielding. Así la pequeña venía pues al mundo en el seno de una acomodada, influyente e ilustrada familia de la nobleza que marcaría sus refinados gustos literarios. Mary perdió a su madre cuando contaba apenas cuatro años, y su padre, ante la imposibilidad de ocuparse de sus hijos, decidió dejarlos al cuidado de la abuela paterna, Elizabeth, que vivía en una casa de campo cercana a Salisbury. En 1699 al fallecer su abuela, Mary y sus tres hermanos pequeños se trasladaron a la espléndida mansión de Thoresby Hall, en Nottingham, de donde provenía la familia Pierrepont. El extenso parque que rodeaba el lujoso complejo residencial ─cuya lujosa vivienda principal fue diseñada, sin reparar en gastos, por uno de los mejores arquitectos de la época, William Talman ─ había formado parte del bosque de Sherwood, escenario de las épicas hazañas de Robin Hood. Sin embargo, a la pequeña Mary lo que más le atraía de Thoresby era la magnífica biblioteca paterna que contaba con miles de volúmenes que comenzó a leer con fruición. A los trece años ya hablaba francés y dominaba el latín que había aprendido por sí sola con un diccionario y una gramática que llevaba a escondidas de su severa institutriz francesa. Por los retratos que se conservan de lady Mary en pinacotecas y museos, sabemos que no era una mujer hermosa, pero resultaba muy atractiva por su ingenio, elegancia y fuerte personalidad. Estas cualidades cautivaron en 1708 a un apuesto y prometedor político, once años mayor que ella, llamado Edward Wortley Montagu. Hombre culto, inteligente y amante de los viajes era sin duda un buen candidato; con el tiempo heredaría el condado de Sandwich y las propiedades de la familia. El padre de Mary, sin embargo, no vería ningún encanto en el sombrío señor Wortley y desde el primer momento se opondría a esta relación.
El 21 de agosto de 1712, la impetuosa joven se fugó de casa dispuesta a unirse al hombre que amaba. Llevaba consigo tan sólo algunas pertenencias, entre ellas sus más preciados libros de poesía. Sabía el escándalo que su huida iba a provocar y que su padre nunca la perdonaría. A los pocos días la pareja contrajo matrimonio en secreto en Londres y comenzaba una vida en común que no iba a ser nada fácil. Ni siquiera el nacimiento de su primer hijo, Edward, el 16 de mayo de 1713, haría cambiar de actitud a su esposo, a quien sólo le interesaba la política.
A comienzos de 1715 lady Mary se trasladó a vivir con su marido a una nueva casa, esta vez en el elegante barrio de Westminster, muy cerca del Palacio de Saint James y el Parlamento. Por entonces la escritora ya gozaba de un gran éxito social, y entre sus admiradores se encontraban Voltaire, el poeta Alexander Pope y la princesa Carlota, futura reina de Inglaterra. Sin embargo, aquellos instantes de felicidad durarían poco: a finales de aquel año contraía la viruela y su rostro quedaría para siempre marcado por esta enfermedad que causaba estragos en Inglaterra. En este momento crucial de su vida, cuando su matrimonio estaba en pleno declive y su salud aún era débil, recibió una noticia que marcaría su destino. En 1716 el señor Wortley Montagu era nombrado embajador ante la Sublime Puerta en Constantinopla, y aunque el sueldo no era muy elevado aceptó con gusto.
La gran partida
A principios de agosto, el diplomático y su familia partían con gran pompa desde Londres acompañados de un séquito de veinte sirvientes. En aquellos primeros años del siglo XVIII el viaje desde Inglaterra a Constantinopla, a través de los dominios turcos de Europa, era una peligrosa aventura. Lady Mary recorrería la ruta habitual hasta la ciudad de Viena para continuar en pleno invierno a través de los Balcanes. Con gran valor tendrían que enfrentarse, entre otros peligros, al frío intenso, las epidemias de peste, la falta de hospedajes y la constante amenaza de los bandidos. Cuando un año después de su partida la dama inglesa llegó finalmente al corazón del lmperio Otomano, comenzó a explorar un mundo tan desconocido como fascinante.
Los pormenores de su temeraria travesía a Oriente los conocemos gracias a las cartas que lady Mary comenzó a escribir en su primera escala. En Rotterdam, el 3 agosto de 1716, describe a su hermana lady Mar el viaje en un barco de vela que los llevó hasta Holanda y cómo sobrevivieron milagrosamente a una terrible tormenta. Satisfecha de haber pasado esta primera prueba de fuego sin padecer “los efectos del miedo y del mareo, pero con ganas de pisar tierra firme”, llegaron a La Haya, desde donde partieron en carruajes alquilados en dirección a Viena.
En los días siguientes Mary se enfrentaría al cansancio y a todo tipo de incomodidades. En las “miserables” posadas que encontró en su camino era, según sus palabras, aconsejable dormir vestido de los pies a la cabeza porque “el viento helado que penetraba entre los tablones de la madera no animaba a desvestirse”.
Tras una corta estancia en la ciudad de Hannover y su paso por la fastuosa Viena, el matrimonio prosiguió rumbo a Belgrado, donde planeaban descender el Danubio en barco. Pero ante la negativa del pachá de darles una escolta especial, se vieron obligados a continuar por tierra, expuestos a una epidemia de peste que azotaba la región, teniendo que alojarse en sucias hospederías. Finalmente, llegaron a la ciudad búlgara de Sofia, que a Mary le pareció “una de las más bellas del lmperio Otomano, famosa por sus baños termales, destinados a la vez a la diversión y a la salud”. Fue aquí donde la embajadora visitó un baño turco para entretener con su descripción a sus amigas de Inglaterra.
En su carta fechada el 1 de abril de 1717, ya instalada en Edirne, lady Mary recordaba todos los detalles de aquella primera visita a un hamman que tanto le impresionó: “(…) todas iban como vinieron al mundo, es decir, en inglés llano, completamente desnudas, sin ocultar bellezas ni defectos. […]. Había entre ellas algunas tan bien proporcionadas como cualquiera de las diosas dibujadas por el lápiz de Guido o Tiziano; en su mayoría tenían la piel brillante y blanca, cubierta solamente por su hermoso cabello peinado en muchas trenzas que les colgaban sobre los hombros, embellecidas con perlas o cintas; eran una representación perfecta de las figuras de las Gracias».
En un principio, el embajador inglés y su esposa se instalaron en Adrianópolis, la actual Edirne, en la región turca de Tracia. Se les asignó un palacio a orillas del río Evros en la zona de las embajadas, rodeada de huertos y árboles frutales. A partir de este instante las llamadas “cartas turcas” que la escritora envió a sus amigos y familiares en Inglaterra describen el esplendor de la corte imperial del sultán reinante, Ahmet lll. Su apasionada correspondencia recrea con gran profusión de detalles las salidas del sultán a la mezquita los viernes para orar, las majestuosas ceremonias con ocasión de los nacimientos imperiales, la belleza arquitectónica de sus mezquitas, la opulencia de los palacios y el refinamiento de los harenes donde vivían las sultanas. Mary, que siempre fue una mujer muy coqueta, pronto adoptaría la vestimenta turca y en una carta a su hermana lady Mar le describía con todo detalle su «lujoso y favorecedor» atuendo con el que sentía como una princesa oriental: «La primera prenda de mi atuendo son un par de calzones muy amplios que me llegan a los zapatos y ocultan las piernas con más modestia aún que tus enaguas. Están confeccionados con una fina tela de damasco de color rosa, cubierta de flores plateadas de brocado. Los zapatos son de cabritilla blanca, bordados con hilos de oro…».
El 29 de mayo de 1717 el matrimonio se trasladó a su nuevo destino en Constantinopla, una ciudad el doble de grande que París. Sir Wortley alquiló un palacio del siglo XVII en el barrio cristiano de Pera, donde residía todo el cuerpo diplomático. La vivienda tenía una amplia terraza, jardines y una vista magnífica del Cuerno de Oro con el Bósforo al fondo. Por entonces Mary, que había cumplido veintiocho años, se encontraba embarazada de pocos meses, aunque no lo mencionara en sus cartas. Desde el primer momento, la aristócrata inglesa no se limitó a ejercer de embajadora consorte; siempre que sus obligaciones sociales se lo permitían, y oculta tras un doble velo que cubría su rostro y una larga túnica, recorría los bazares, las mezquitas y los baños públicos, extasiada ante todo que veía.
(Fin primera parte)
Cristina Morató, es periodista y escritora.
Miembro fundador de la Sociedad Geográfica Española y Miembro de la Royal Geographical Society de Londres.

