Ziryab,

la increíble historia del cantor de Bagdad

Ziryab fue una importante figura de la corte del rey omeya cordobés Abd-er-Rahman II y, seguramente, uno de los artistas más prolíficos de todos los tiempos.

¿Quién, en los tiempos que corren, no ha ido a un spa para desconectarse y sentirse mejor, o ha decidido seguir los cánones de la moda, o se ha deleitado con una gastronomía oriental de lo más suculenta? Pues seguramente cuando hablamos de Abu al-Hasan Ali ibn Nafi, poca gente sabe a quién nos estamos refiriendo y prácticamente todas estas cosas que hemos señalado ya las practicaba este personaje en el siglo IX. Si decimos que era un músico que se llamaba Ziryab porque su tez oscura recordaba a un pájaro de plumaje negro de la región de Bagdad, quizá haya mucha gente que ya sepa quién es.

 

La figura de Ziryab fue realmente como un soplo de aire fresco que entró a la corte del recién estrenado Abd-er-Rahman II, rey en ese momento muy joven que confió en la también juventud de Ziryab. Quizás por eso, podemos decir que Ziryab brilló sobremanera en esa corte e hizo que durante siglos lo recordaran como uno de los más grandes músicos y adalides del buen gusto, porque influyó en las buenas maneras de la época, en la gastronomía y también en la moda.

La vida de Ziryab no fue un camino de rosas, ya que tuvo que pasar por gran cantidad de dificultades hasta alcanzar la plenitud de su fama. Nació en Bagdad en el año 789 y desde muy joven se distinguió como alumno aventajado del famoso músico y cantor de la corte de Bagdad Isqaq al-Mawsili. Fue este hombre el que llevó a Ziryab ante el califa  ̶ porque era uno de sus mejores alumnos ̶  y a raíz de este hecho se desencadenaron una serie de circunstancias bastante singulares.

Según los escritos de la época, cuando Ziryab se colocó delante del califa Harun al-Rashid, este se superó a sí mismo. Pero lo que fue realmente curioso es que cuando su maestro al-Mawsili le cedió su propio instrumento, Ziryab lo rechazó por el suyo propio y este hecho impresionó tanto al califa como al maestro al-Mawsili. Las razones de este hecho no fueron otras que la opinión de Ziryab, quien consideraba que para que el califa apreciara su música tenía que transmitirla con su propio instrumento. Pero esto no quedaba ahí, ya que Ziryab también le explicó al califa que su laúd era distinto a todos los demás, porque él mismo, había hecho algunos arreglos para que sonara mejor. Entre estos arreglos había introducido una quinta cuerda, y además de alargar el mástil, hizo el instrumento un poco más ligero. Cuando Ziryab empezó a cantar, todo el mundo quedó boquiabierto, entre ellos el propio califa, que no dudó en pedir otra canción, y otra, y así repetidas veces.

Este acontecimiento marcó posteriormente la vida de Ziryab de manera amarga, ya que su maestro al-Mawsili fue víctima de los celos y le confesó al joven músico que la reputación de él como cantor de la corte caería en detrimento de la nueva música, que había poseído los sentidos del califa. Y por ello no tenía más remedio que proponerle dos cosas: una era que Ziryab debía de abandonar Bagdad y establecerse en tierras lejanas donde su nombre no llegara nunca a oídos del califa. Y la otra que podía vivir en la ciudad, pero sin la protección de él, y teniéndolo como enemigo feroz para boicotear su música a través de su influencia. Por ello, Ziryab tomó la decisión de abandonar su querida Bagdad, a la que amaba tanto y de la que nunca se olvidó, porque la llevó consigo allá donde se fue mudando.

Detalle de la obra de Paul Klee “Canción árabe”

A partir de ese momento su vida fue una gran aventura que tuvo momentos buenos y malos. Su largo peregrinar por tierras de varios desiertos lo puso en contacto con gentes de distintas latitudes que lo enriquecieron tanto personal como musicalmente a través de cantos ancestrales que calaron en su ser, e hizo que se transmitieran en su música y su manera de actuar, cada vez más personales. Esta nueva vida lo llevó por tierras de Egipto, Palestina, en las cuales sobrevivía llevando a cabo todas las enseñanzas que había aprendido de su gran maestro, así como un repertorio nuevo que iba mostrando allí por donde pasaba. Ziryab experimentó la pobreza, pero a pesar de ello no se rindió en ningún momento, ya que la música era su vida. Esto hizo que se trasladara a Kairuán pensando que tendría más suerte en la corte del sultán aglabí Ziyadat Allah I. Desde Kairuán oía las noticias que llegaban de al-Andalus, y de cómo aquella próspera tierra avanzaba culturalmente. Al mismo tiempo, los mercaderes de Kairuán viajaban difundiendo noticias sobre el joven músico y su gran virtuosismo.

A pesar de ser reconocido en Kairuán, los ingresos que recibía de las actuaciones eran muy bajos, y en un momento de esperanza decidió escribir al emir de Córdoba al-Hakam I para ofrecerle sus servicios. Aquella carta se la encomendó a un mercader y se olvidó de ella, pensando que el emir no tendría en cuenta a un músico de tierras tan lejanas. Sin embargo, recibió respuesta del emir porque había conocido a Ziryab a través de un músico a su servicio, el judío Abul-Nasr-Mansur, el cual le había hablado maravillas de él. Y esto supuso un giro en la vida de Ziryab, ya que el emir le ofrecía unas condiciones inimaginables para él tan solo unos días antes. De ahí que Ziryab partiera para la Península Ibérica cargado de esperanzas. Cuando desembarcó en Algeciras en el año 822 con 33 años, quedó impresionado por la noticia que el propio Abul-Nasr-Mansur le dio: el emir al-Hakam I había fallecido. De nuevo quedaron truncados los sueños de Ziryab, que pensó incluso en volver de nuevo a África. Sin embargo, el nuevo sucesor, Abd-er-Rahman II, hijo de al-Hakam I, mantuvo el contrato realizado por su padre al joven músico y lo agasajó con importantes regalos. Ziryab fue llevado a Córdoba como si se tratara de un monarca y permaneció en la corte tres días antes de conocer al monarca, para que pudiera descansar.

El encuentro entre Ziryab y el joven rey fue bastante gratificante porque Abd-er-Rahman II apreció en Ziryab una gran cantidad de cualidades. Asimismo, Ziryab se sintió reconocido por el emir, que sentía una gran conexión con el músico y no dudó en ofrecerle una pensión de 200 dinares al mes, así como el usufructo de algunas tierras prósperas de Córdoba, y se instaló en la Almunia Munyat Nasr, erigida por Fata Nasr, familiar y hombre de confianza de Abd-er-Rahman II. Al fin Ziryab adquirió un gran prestigio y volcó todo su saber en bastantes campos, como la música, la gastronomía, la moda y las buenas maneras.

La música fue muy importante en Córdoba durante el siglo IX, en parte por este personaje, que además de crear el primer conservatorio de música andalusí, hizo que sus hijos, todos ellos músicos, fueran la principal fuente de transmisión de esta música. Todos ellos fueron músicos, pero destacaremos entre sus hijos varones a Obaidala, que fue el mejor cantante, seguido por Abd-er-Rahman, Qasim y Muhammad. Respecto a sus hijas tenemos que destacar a Alia, que fue muy solicitada para enseñar canto, y fue la continuadora de la tradición de su padre. Pero no solo sus hijos fueron los principales difusores de su música, sino también sus esclavas, Metaa y Masabih, esclavas de Abd-er-Rahman II y del secretario de Omar ben Kalil.

Pero además hay que añadir sus grandes dotes como pedagogo, y según los escritos del historiador Abenhayan, “aún es práctica en España que todo aquel que empieza a aprender el canto comienza por anexar (la recitación) como primer ejercicio, acompañándose de cualquier instrumento de percusión; inmediatamente después el canto simple o llano, para seguir luego su instrucción y llegar al fin a géneros movidos, hasta los hezeches, según los métodos de enseñanza que introdujo Ziryab”.

 

La aportación de Ziryab fue muy importante, porque acabó de alguna manera con la improvisación, tanto de ritmo como de modo, que era recurrente a la hora de llevar a cabo el canto árabe andalusí, y sentar una serie de premisas para que se reconociera aún más este arte.

Según Martín Moreno “Ziryab fue el primer compositor de los cantos árabes conocidos con el nombre de moaxajas. También son suyas las primeras normas para la sucesión de cantos conocidos actualmente en Turquía con el nombre de faacel, en el mundo oriental como ovasla, y en África del norte con el nombre de nuba.”

Al mismo tiempo, tenemos que hablar de importantes innovaciones en el campo de la instrumentación. Como ejemplo más claro, tenemos su propio laúd, que, según algunas fuentes de la época, pesaba un tercio menos que los laúdes convencionales. Las cuerdas eran de una seda que no se había hilado con agua caliente, ya que si no estarían más débiles. El bordón y la tercera las fabricó con intestino de cachorrillo de león, y por ello tenían más dulzura, limpieza y sonoridad que las hechas con las tripas de otros animales. Las cuerdas de tripas de león eran más fuertes y soportaban mejor la pulsación del plectro. Y otro elemento fundamental es que añadió una quinta cuerda.

“El laúd tradicional constaba de cuatro cuerdas que, según el simbolismo de los teóricos, correspondían a los cuatro humores del cuerpo humano: la prima era amarilla y simbolizaba la bilis; la segunda, roja, simbolizaba la sangre; la tercera, blanca sin teñir, simbolizaba la flema, mientras que el bordón, teñido de negro, era el símbolo de la melancolía. La quinta cuerda añadida por Ziryab simboliza el alma. Estaba teñida también de rojo y colocada en el centro, entre la segunda y la tercera, aumentando las posibilidades expresivas del instrumento”. (Historia de la Música de Andalucía. Martín Moreno, pág. 42).

La gastronomía fue, si cabe, una de las grandes aportaciones de Ziryab, amparado fundamentalmente por Abd-er-Rahman II quien sentía una gran admiración por todo lo que llegaba de Bagdad, como buen omeya.

Esto hizo que Ziryab transmitiera sus enseñanzas sobre los platos más complicados de la cocina bagdadí, mostrando a su vez cómo debía ser el orden de la comida, porque normalmente, en al-Andalus se comenzaba el banquete “llevando todos los platos a la vez, aún humeantes, sobre una mesita baja cubierta por un mantel de tela. Nada de tenedores ni cuchillos, pero sí había cucharas de madera para las sopas, servidas en cuencos de loza. Se servían entremeses fríos, salazones y pescados conservados en almorí; seguían platos de pollo o cordero cocidos a fuego lento, pasteles de volatería o caza, manjares blancos, que en al-Andalus recibían comúnmente el nombre de tafaya (guisados orientales de carne, o pescados en escabeche), o bien tortas con albóndigas de pollo, u hojaldradas rellenas de picadillo de salchichas o de carne de pichón mezclada con pasta de almendras, o sémola asada y desleída en miel”. Todo este batiburrillo de platos llevó a Ziryab a mostrar a las gentes de al-Andalus como era “el orden en una comida elegante, no sirviendo los manjares en mezcolanza, sino empezando por las sopas y siguiendo por los platos de carne y los principios de aves, fuertemente sazonados, para terminar por los platos de dulces, como pasteles de nueces, almendras y miel, o pastas de frutas perfumadas con vainilla y rellenas de alfóncigos y avellanas”. Además, todos estos grandes manjares, según Ziryab, quedaban de mal gusto sobre manteles de tela. Así que propuso la utilización de manteles de fino cuero, que era lo que se estaba utilizando desde hacía algún tiempo en su querida Bagdad. Esto hizo que el arte de trabajar este material cobrara en Córdoba una tradición de siglos. “En la segunda mitad del siglo X, el monje Heraclio explicaba: “Quomodi corduanum turgitur”, elogiando la habilidad de los españoles en el trabajo del cuero”. Sin embargo, no se conoce ningún resto de los elogiados manteles cordobeses.

Ungüentarios. Madinat Ilbira. Granada. Siglos IX-X

Ungüentarios. Madinat Ilbira. Granada. Siglos IX-X. Museo Arqueológico y Etnológico de Granada. 

Los aceites, ungüentos y bálsamos se hicieron muy populares en la época de Ziryab en al-Andalus, así como en el resto del mundo musulmán, y su uso era preceptivo en los tratamientos de belleza que se aplicaban en los baños, o hammam.

Y digamos que, para poner la guinda en el pastel, Ziryab, sugirió a Abd-er-Rahman II, que beber el vino en copas metálicas desmerecía el sabor de tan particular bebida, indicándole que sería más recomendable el uso de copas de cristal, creándose una industria en Córdoba, a partir de ese momento, gracias a los avances llevados en el campo del vidrio por Abbas ibn Firnas. De hecho, se han encontrado algunas piezas en Madinat al-Zahara que nos han dejado importantes muestras del uso del vidrio.

Según Ziryab, el vino servido en la copa de cristal hacia despertar los cinco sentidos, ya que permitía saborearlo a través del gusto; gracias a la transparencia del vidrio, podíamos apreciar el color a través de la vista; olerlo a través del olfato; el tacto, se mostraba a través de la propia fisonomía de la copa, por la parte más fina; y por último el oído, cuando se hacían chocar dos copas al brindar.

 

Pero este hombre no sólo influyó en estos campos, sino que también se le debe bastante en el buen vestir y el gusto por las buenas maneras. La moda de la época era bastante tediosa. En general, los tejidos empleados por hombres y mujeres en al-Andalus eran comunes, incluso el tipo de prendas usadas, ya que tanto hombres como mujeres se ponían como primera prenda una especie de camisa de lino llamada qamis y unos calzones largos y estrechos llamados zaragüelles que se ajustaban al talle mediante un cordón.

Sobre el qamis iba un corpiño de tela fina llamado qilala. Y a todo esto, en invierno se añadía, tanto en hombres como en mujeres, una especie de túnica más gruesa o un chaquetón de piel de oveja o conejo. Las piernas quedaban recubiertas por unas medias de lana que llegaban a las rodillas, mientras que el calzado lo constituían botas de cuero. Esto era en invierno, porque en verano vestían una especie de sandalias, nuestras actuales chanclas, o simplemente unas alpargatas con suela de esparto.

Todo esto resultaba un poco vulgar para Ziryab, quien ayudó con sus buenos consejos a la evolución de la moda de su tiempo en al-Andalus. Y según los escritos de Ibn Hayyan podemos conocer un poco más los adelantos que introdujo este personaje:

“En lo tocante a los vestidos, la influencia de Ziryab se dejó sentir tanto en la corte como en la sociedad en general. Se limitó el uso de cada especie de trajes a la duración del tiempo propio para su empleo y la determinación precisa de este tiempo, dentro del año. Fue así como decidió que se debía de vestir de blanco y suprimir las prendas de color a partir de seis días antes de que acabara junio, según el calendario romano que se usaba en Hispania. Se continuaba con dichos trajes hasta el primero de octubre, o sea, tres meses seguidos. Los demás meses del año se iba de color. También resolvió que en los meses que mediaban entre el frío y el calor, es decir, la primavera, se usasen vestidos de color, túnicas de seda cruda, tejidos con urdimbre de seda o de lana mezclada con seda, así como adorras sin forro (parecidas por su delgadez a las túnicas blancas veraniegas), por las cuales, al aumentar el calor habían de verse sustituidas. Si recomendó llevar estos trajes de color fue, primero, a causa de ser muy ligeros y, además, porque con sus tonos policromados recordaban las pellizas, que son las que gastan la plebe y van forradas y guarnecidas de piel. Así, al mismo tiempo que se evitaba una demasiado estridente disparidad de atuendo entre las distintas clases de la población, se tenían en cuenta los cambios sensibles de temperatura, frescor o tibieza, lluvia o buen tiempo, hasta la época en que el cielo se quedaba sereno y aumentaba el calor, obligando a que todo el mundo adoptara los vestidos blancos.”

En lo que se refiere a la belleza, podemos decir que creó una institución realizando campañas de refinamiento a la moda de Bagdad. Ya de por sí, las musulmanas eran especialistas en estas artes, pero Ziryab asentó las bases de todo esto. No es de extrañar que los cristianos que había en la península se dejaran seducir por los encantos de las musulmanas tan ricamente perfumadas y ataviadas, y que todo esto llevara a una rápida islamización de las gentes que estaban tan embrutecidas. Las mujeres disponían de una serie de cepillos fabricados con hueso o marfil que utilizaban para alisar sus cabellos. Las manos y los pies eran también objeto de gran cuidado y para dar color a sus labios utilizaban cortezas de raíz de nogal.

Pero no solo; las mujeres acudían a los baños como su salón de belleza, en el que pasaban horas dando culto al cuerpo y relacionándose con sus amigas. Era un lugar de reunión en el que se depilaban gracias a la ayuda de las peinadoras, que también las teñían con alheña, les hacían masajes con pomadas y les vendían ungüentos y aceites para el cabello y el cuidado de la piel. Y todo esto en cierto modo se lo debemos a Ziryab, que impuso un estilo de vida.

Las mujeres musulmanas disponían de toda una gama de cajitas, potes y tarros de cerámica donde guardaban afeites: colirio de sulfuro de antimonio para las cejas y pestañas, pasta depilatoria, y pomos de vidrio para los aceites olorosos y las esencias de flores.

Los hombres tambien se preocupaban de que el sangrador, que era el barbero, fuera a domicilio y les arreglase la barba y el pelo según el estilo de Ziryab, es decir dejándose la barba y tiñéndosela si era el caso, que era la moda. Quizá Ziryab no pensó, cuando desplegaba todos esos saberes a las gentes de alAndalus, que pudieran trascender más de 1.100 años. Pero todavía se le recuerda como uno de los más grandes personajes de la historia hispano-musulmana, a quien debemos usos de un “arte de vivir” que aún pervive en nuestros días, y lo tenemos calado en nuestra vida cotidiana.

Lidia Carmona.

Licencia en Historia de Arte

 

Bibliografía

Greus, Jesús. Ziryab y el despertar de al-Andalus. Ed. Entrelibros.

AA.VV. Historia de España. Menéndez Pidal. Vol. IV. Ed. Espasa- Calpe.

Martín Moreno. Historia de la Música Andaluza. Ediciones Andaluzas

Unidas. 1985.

Muñoz Molina. Revista El esplendor de los Omeyas cordobeses. Ed. Fundación El legado andalusí. 2001.

Cuadernos del sur. 2001. Pp. 8-9.

Menéndez Pidal. Historia de España Musulmana. Tomo IV.

Menéndez Pidal. Historia de España Musulmana. Tomo V.

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