La gesta africana de Yuder Pachá

Hay descubrimientos que se buscan y otros que se encuentran casualmente, como el mío con Yuder, un conquistador a la altura de Cortés y Pizarro y de una época similar, pero sin su trascendencia al hallarse en el lado negro de aquella España que ocultó su gesta, conocida y silenciada por Felipe II.

Vista desde el Sur de Marraquech de la Cordillera del Atlas.

En las ruinas de Siyilmasa, al sur del Atlas, me encontré con un profesor de la Universidad de Fez que me habló de un español que había atravesado el Sáhara en 1591 con cuatro mil andaluces, la mayoría de ellos del Reino de Granada, venció a un ejército veinte veces superior y conquistó el imperio de Sudán Creí en un principio que su historia era irreal, pero investigué en la Biblioteca de Estudios Árabes de Granada y el nombre de Yuder existía, aunque en apenas unas referencias escuetas de Julio Caro Baroja en Los Moriscos, un artículo de García Gómez en la Revista de Occidente titulado “Españoles en Sudán”, un ensayo de Costa Morata en la revista Historia, 1977, y otro del profesor Iniesta en Historia 16, 1981  Volví a investigar en la Universidad de Pensilvania y los textos empezaron a amontonarse en el ordenador. Existían documentos de espías ingleses que relataban a Isabel I las inmensas fortunas que por medio de Yuder llegaban a Marraquech instándole a aliarse con al-Mansur por ser este monarca uno de los reyes más ricos de la tierra.

Finalmente descubrí el texto árabe citado por todos ellos, el Tarij al-Sudan, crónica sudanesa escrita por es-Saidi, sabio jurisconsulto de Tombuctú “nacido la noche del 28 de marzo de 1596, cinco años después de la llegada de nuestros conquistadores”. Relata la historia del imperio songhai y da especial relevancia a la persona de Yuder “natural de Cuevas del Almanzora, de pequeña talla y ojos azules”, del que ensalza su inteligencia y dotes extraordinarias de mando, así como la bondad y suerte con que fue favorecido en toda clase de empresas. También encontré textos franceses importantes, de Houdas y Slane, así como el Tarij el-Fetch, escrito por Mama Kati, quien recoge informaciones y notas dejadas por su padre.  El estudio más importante es sin duda el de Henri de Castries, Hesperis, 1923, titulado “Conquête du Soudan par al-Mansur”, otro de Delafosse, que corrige el itinerario marcado por Castries, y otro de La Chapelle, que vuelve a corregir la ruta de Yuder por el Sáhara.

Inesperadamente descubrí el relato de un Anónimo Español, tal vez escrito por un monje, jesuita o embajador de Felipe II, que en veinte bellísimas páginas cuenta la historia de la travesía del Sáhara, a partir de su salida de Marraquech. Sin embargo, deja muchas lagunas sobre la niñez de Yuder en Cuevas y sobre su juventud en Marraquech. El relato de este Anónimo Español está en el Libro de los Jesuitas, mandado a recopilar por el arzobispo de Sevilla Rodrigo de Castro Osorio en 1595, apenas seis años después de la conquista, publicado por Jiménez de la Espada en 1877. Más tarde descubrí un texto maravilloso de Ortega y Gasset titulado “Las ideas de Frobenius”, aparecido en El Sol en 1924, donde Ortega cuenta los avatares de la conquista.

Tombuctú

Finaliza con el siguiente párrafo: “donde el Sáhara termina y el Sudán comienza, sobre el codo del Níger, se halla la ciudad santa de Tombuctú, en la cual hasta 1900, no habían penetrado más de tres o cuatro europeos. Fue en tiempos una urbe gigante y sabia por la que peleaban una y otra vez los pueblos del desierto y los reyes tropicales. Pues bien: allí viven desde hace cuatro siglos nuestros parientes. A finales del siglo XVI, un sultán de Marruecos quiso lo que parecía imposible: arrebatar Tombuctú a los tuaregs. Para ello contrató a un gran número de españoles con armas de fuego, las primeras que aparecían en este fondo africano. Los soldados españoles ganaron la batalla más grande que nuestro pueblo ha ganado al otro lado del Estrecho y, victoriosos, se avecindaron en Tombuctú, tomaron mujeres del país y crearon estirpes que aún perduran. Orgullosos de su origen hispano, conservaron una exquisita disciplina aristocrática, y sus familias aún representan los núcleos nobles del país”.

De los orígenes hispanos de Yuder o Jawdar, Jaudar o Xaudar, nombres que el Anónimo Español usa indistintamente, sabemos muy poco.

Vista de Gao, territorio del imperio songhai, situado a orillas del río Niger, al noreste de Mali. 

De su gesta a través del Sáhara y de la conquista del imperio songhai del askia (rey) Isak II de Gao, conocemos sus andanzas paso a paso desde que sale de Marraquech con su ejército hasta su regreso a Marraquech en ayuda de al-Mansur, cuyo imperio se disputaban sus tres hijos. Sabemos que era originario de Cuevas del Almanzora, en la provincia de Almería. En las partidas de bautismo de 1562, año probable de su nacimiento, aparecen los nombres de dos muchachos, y uno de ellos es llamado Diego Cervantes, de clara ascendencia morisca.

El nombre de Yuder, que significa en árabe pequeño y fuerte, sería un apodo que bien pudieron darle sus propias tropas. Es de suponer que, de muy niño, fuera capturado por una de las múltiples razzias turcas por el río Almazora y que entrara al servicio del califa de Marraquech, convirtiéndolo en eunuco, elche y renegado”, destino aciago que sufrían todos los niños que entraban a su servicio. También pudo llegar expulsado de España. Domínguez Ortiz y Charles Lea hablan de quinientas mil a un millón de personas expulsadas, que indudablemente buscaban una patria parecida a la que habían dejado a la fuerza en España, una nueva Andalucía.  Lo único cierto es que de los años de Marraquech sabemos poco, salvo que llegó a ser caíd de la ciudad, por ser de la total confianza de al-Mansur.

Imagen antigua de la plaza de Jemáa el-Fná de Marraquech, con el alminar de la mezquita Kutubiya al fondo, en una fotografía de principios del siglo XX.

¿Cuáles fueron las razones que llevaron a al-Mansur a la conquista del imperio songhai, al otro lado del Sáhara? Según Dunlop y Lombard, la gran cantidad de oro puesta en circulación por los musulmanes durante la alta Edad Media provenía de Oriente Medio, Asia, Etiopía y Egipto. Sin embargo, a partir del siglo IX el oro venía del país de los negros, el Bilad al-Sudan, que se convertía en la fuente inagotable de oro, que daría origen al mito de Sudán, que ya antes impulsara a cartagineses y romanos a perder un par de ejércitos en su busca por el Sáhara, y a los portugueses más tarde a ocupar la costa atlántica en un intento de apoderarse de las fuentes de este metal.

Ruinas del templo de Amón, al este del Jabal Barkal en el actual Sudán.

Ghana, Mali y el imperio songhai eran los tres imperios en los que se basaba este comercio. En los siglos VIII y IX, Ghana se hallaba ligada al califato de Córdoba, consiguiendo los Omeyas el control completo de su oro, que acuñaban en dinares. De este circuito comercial se apoderaron los almorávides y en Valencia se acuñaban los marabutim o maravedíes, manteniendo los almohades esta situación hasta 1212, año de la decadencia tras la batalla de las Navas de Tolosa. En el XVI surge el apogeo del imperio de Malí y las minas de Hungría, Bohemia y Transilvania sufren un fuerte descenso. En los siglos XIV y XV los únicos grandes yacimientos de oro, al parecer inagotables, eran los del Bilad al-Sudan. Mansa Mousa, desplazando la capital malinké a Tombuctú inicia el mito de esta ciudad. Las principales metrópolis comerciales por las que pasaba este metal eran Kumbi, Salé, Walata, Wadam y Chinguetti, aunque las metrópolis más ricas eran las de Tombuctú, Yenné y Gao, que podríamos llamar el triángulo del oro.

Fragmento del mapa del mallorquín Abraham Cresques, del siglo XIV, conocido como el Atlas Catalán, donde se representa la figura del rey Mansa Musa mostrando una pepita de oro de grandes dimensiones.

Eran las comunidades judías las que controlaban el oro entre estas ciudades y Siyilmasa y Tlemcén, y gracias a ellos, Mallorca pudo realizar mapas tan detallados como el de Abraham Cresques de 1375, en el que aparece Mansa Musa con una enorme pepita de oro en la mano. El granadino al-Sahili, el mismo que construiría la gran mezquita de Djinguereber de Tombuctú, le hizo a Mansa Musa tres palacios para guardar el oro, hoy perdidos. El episodio clave en la vida de esta monarca fue su viaje a La Meca en 1314 con más de tres mil kilos de este metal, con lo que el precio de este se hundió en los mercados europeos. En definitiva, el oro de los negros llegaría a convertirse en una de las piezas claves de la economía europea y la consecuencia final no sería otra que el intento de unos y otros por franquear la barrera del Sáhara para apoderarse de estos yacimientos.

Con el oro y la alianza con Isabel I de Inglaterra, al-Mansur soñaba con repartirse con ella el imperio español. Con lo que no contaba al-Mansur era con que los ricos yacimientos de oro ya no estaban en Tombuctú, sino en el Futa Yallon, el nacimiento del río Níger, frontera con Senegal. De allí lo llevaban en polvo a Yenné, Tombuctú y Gao, de donde partían las grandes caravanas hacia Marruecos, Túnez, Egipto y Europa.

 

Río Níger

El Anónimo Español da cuenta de las dificultades de la expedición y de la extraordinaria valía de Yuder, de quien dice que era un caudillo perfecto que mandaba por su saber y fuerza de carácter. El askia Ishaq II esperaba que el ataque del ejército invasor viniera por el Atlántico, pero Yuder cruzó el Sáhara por el centro y en ciento treinta cinco días se presentó en las orillas del Níger, en Karakara, con Gao al alcance de su vista. Su ejército constaba de dos mil arcabuceros (renegados y andalusíes), quinientas lanzas árabes, mil camelleros y seiscientos zapadores. En total cinco mil hombres, la mayor parte peninsulares, ocho mil camellos y mil caballos grises por ser, según el Tarij el-Fetch: “los más vigorosos, resistentes y los que mejor soportan la sed”. Del ejército del askia, el Anónimo Español habla de “ochenta mil, ocho mil de ellos a caballo”, pero Kati lo rebaja a veintisiete mil quinientos y al-Saidi a cuarenta y dos mil hombres.

Yuder batalló con ellos en Tondibo y gracias a los cañones y a la arcabucería esta se resolvió en poco tiempo a su favor. De allí partió al saqueo de Gao, que había prometido a sus hombres, y luego lo impidió, igual que el de Tombuctú, adonde acabó por situar su capital, dado lo insalubre del clima de Gao, donde en pocas semanas perdió cuatrocientos hombres. El Anónimo Español dice que Gao era una villa muerta y sin defensas, pues la mayoría de sus moradores habían huido. El rey tenía una treintena de barcazas al otro lado del río y las trescientas barcas de comerciantes, pescadores y cultivadores del arroz de las islas que formaban el resto de la flota habían sido tomadas por asalto o habían ido tan cargadas de oro que la mayoría se fue a pique y sus tripulantes fueron presa de los muchos cocodrilos que allí había. No vieron otra cosa que ancianos, mujeres pobres y niños de piernas esmirriadas, que fueron los que salieron a recibirlos junto a su alcaide, Jatib Mahmoud Darami, un viejo de cara ajada   ̶ que era a su vez predicador de la famosa mezquita de la Tumba de los Askia ̶   rodeado de un gran gentío que solicitaba clemencia, y Yuder mandó que no se les hiciese daño. Estando en Gao, comenzó a enfermar la gente de Yuder y muchos se murieron, lo cual hizo sentir a sus capitanes gran temor y miedo, razón por la que marchó con su gente hacia Tombuctú.

Tampoco consintió Yuder la toma de Tombuctú. Los notables salieron a su encuentro y les prestaron obediencia. Todos menos el gran cadí, Abu Hatch Omar. Yuder no se indignó por ello, pero con fino instinto político no dejó que se notara su enojo. Penetró a la cabeza de las tropas en la ciudad, eligió el de Sarakaima para su cuartel general; luego fue a ver al cadí y le besó la cabeza y los pies, con la amabilidad de un súbdito ante quien guarda la justicia de las escrituras. Sus objetivos eran claros.

Yuder ya había contemplado la idea de crear una nueva Andalucía para la gran diáspora morisca; por esta razón no arrasó el país como le había ordenado el califa, y entró en negociaciones con el askia. Al-Mansur se enojó mucho y lo destituyó de manera fulminante.

El robo de la famosa biblioteca, compuesta por cerca de cien mil manuscritos, y su traslado a Marraquech es uno de los episodios más rocambolescos de esta historia.

Corrían malos tiempos para Yuder. Su sustituto, Mahmud Ibn Zergún era un hombre colérico y expeditivo. Saqueó Tombuctú, sumió la Curva del Níger en un baño de sangre, robó su famosa biblioteca, envió cientos de esclavos a Marraquech entre los que iba esposado el sabio Ahmed Baba, y acabó su vida en el país Dogón. Zergún fue un hombre poco sagaz, las grandes caravanas del oro dejaron de ir a Tombuctú y la ciudad se moría como un enfermo desahuciado.

El robo de la famosa biblioteca, compuesta por cerca de cien mil manuscritos y su traslado a Marraquech es uno de los episodios más rocambolescos de esta historia, que haría las delicias de Hollywood. Mahmud Ibn Zergún la envió en una caravana a Marraquech como regalo al califa, que en ese momento estaba en Fez. Para evitar a los piratas de Salé, la enviaron por mar a Tánger y, a la altura de esta ciudad, le salió al paso una flota española al mando de don Álvaro de Luna, quien la trasladaría a El Escorial y hoy es el fondo árabe de esta biblioteca. A la desaparición de Mahmud Ibn Zergún, siguieron cuatro pachás, todos muertos misteriosamente: Mansur Abd-er-Rahman murió de fiebres rapidísimas en Karakara; Abu-Ikhtyar también de muerte misteriosa; Mohammed Taba abandonado por sus hombres durante la siesta; Mustafá al-Torki envenenado, tal vez estrangulado entre Kabara y Tombuctú, según el-Saidi, que añade razones de desavenencias con Yuder por el mando de las tropas. Todos fueron enterrados con honores en la mezquita de Sidi Yahia y a nadie le cupo la menor duda de que Yuder estaba detrás de todas estas muertes, quedando definitivamente al mando único del ejército.

Queda claro, según todos los datos, que era un hombre extraordinario, muy inquieto y humano, con ojos color “hierro de lanza” mimado por la corte, pero con ideas propias y la voluntad férrea de alcanzar sus objetivos con un mínimo derramamiento de sangre. No quería asolar el país como le ordenó el califa, sino simplemente dominarlo, e inmediatamente Yuder se puso a reorganizar la colonia, abriendo pozos y canales. El 24 de julio de 1598, al-Mansur cae enfermo y le ordena a Yuder que vuelva y se ponga al mando de su ejército para pacificar a sus tres hijos. Yuder le dio largas hasta que sus generales lo convencieron de que debía volver. La colonia necesitaba colonos y soldados y no podían vivir de espaldas a Marruecos. En Las relaciones secretas de Marruecos se cuenta la entrada victoriosa de Yuder en Marraquech, con todas las calles engalanadas con tejidos y alfombras. Desde 1599 a 1606, Yuder rigió los destinos de Marruecos. Le entregó a al-Mansur a sus dos hijos mayores esposados, aconsejándole que los matara, y el califa se negó. Nombró califa a Abu-Fares, el segundo, y una imprudencia de este le hizo perder su ejército en el-Sus.

Mezquita de Yinbereber en Tombuctú.

Desde la muerte de Yuder en 1660, en Tombuctú se sucedieron veintiún pachás. El ultimo pachá enviado por el sultán de Marruecos, Abu-Fares, fue el español Mahmud el Largo, que perdería su puesto en 1612 mediante un incruento golpe palaciego. De 1660 a 1760, fecha en la que dejaría de pronunciarse el nombre de califa de Marraquech en la oración de los viernes, se sucedieron ciento veintiocho. Ese año, el título de pachá fue sustituido por el de kahia, quedando los españoles cada vez más mestizados hasta constituirse en una casta influyente y con pretensiones de nobleza bajo el nombre de Arma, equivalente a fusileros, apodo que les fue dado por la población a su llegada.

Los Arma en principio funcionaban como cualquier ejército con un ala derecha (los aluchi o extranjeros) un ala izquierda (los moriscos granadinos) y un cuerpo de apoyo formado por milicias tribales. Se cuenta que en 1670 un jefe religioso de el-Sus, llamado Ali Ibn Haída, se refugió en el Sudán y se puso bajo la protección del rey bambara, Biton-Kutubali, que acababa de tomar Tombuctú. Le regaló dos bellas cautivas andaluzas, por cuyo medio los Arma volvieron a ocupar los primeros puestos militares y políticos del reino. A partir de 1700, los mayores conflictos de los Arma tuvieron lugar con los tuaregs orientales, llamados aul-limiden, que saquearon repetidas veces Tombuctú. Más grave fue la invasión en 1833 del fanático Shaitu Ahmadu, quien destruyó la kasbah del pachá, en el solar en que hoy se encuentra el ayuntamiento.

El 16 de noviembre de 1893 entraron los franceses en Tombuctú y una delegación Arma se desplazó a Marruecos en busca de ayuda para echar al invasor. A su regreso, uno de los suyos, el sabio Mohammed Ibn Essoyuti, les convenció para que depusieran las armas y se sometieran a la voluntad de Dios, al hallarse el país en paz.

Mapa del recorrido del río Níger, a su paso por Mali.

“Tuvo que regresar, una lástima”, me dice un Arma de Dongoy, “murió en Marraquech tras siete años de azarosas peleas por limpiar el trono de intrigas. Una lástima. Con el mando del pachalik, los Arma hubiéramos dominado todo el centro de África”.

Al cogerlo Zidan y condenarlo a morir, Yuder le dice a uno de sus ayudantes: “cuando vuelvas a Tombuctú lleva mi recuerdo a los amigos, luego te das un paseo por el Níger murmurando mi nombre y dales mi saludo. Diles que muero suspirando por la tierra en que residen y que ellos son mi familia, tal vez así no olviden nunca el sueño de vencer”.

 

Manuel Villar-Raso.

Escritor.

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