El 29 de mayo de 1717 el matrimonio se trasladó a su nuevo destino en Constantinopla, una ciudad el doble de grande que París. Sir Wortley alquiló un palacio del siglo XVII en el barrio cristiano de Pera, donde residía todo el cuerpo diplomático. La vivienda tenía una amplia terraza, jardines y una vista magnífica del Cuerno de Oro con el Bósforo al fondo. Por entonces, Mary, que había cumplido veintiocho años, se encontraba embarazada de pocos meses, aunque no lo mencionara en sus cartas. Desde el primer momento, la aristócrata inglesa no se limitó a ejercer de embajadora consorte; siempre que sus obligaciones sociales se lo permitían, y oculta tras un doble velo que cubría su rostro y una larga túnica, recorría los bazares, las mezquitas y los baños públicos, extasiada ante todo que veía.
A mediados de febrero de 1718, lady Montagu dio a luz a una niña a la que bautizó con su mismo nombre, Mary. Fue justamente en este momento cuando la escritora aprovechó para discutir con los médicos que la atendieron en el parto la práctica de la inoculación que los turcos utilizaban como vacuna contra viruela. Convencida de que era un buen método, ella misma se la aplicó en el brazo a su pequeño Edward quien se recuperó sin ningún contratiempo.
En mayo de 1718 lady Mary informaba en una carta a su amiga lady Bristol sobre su inminente partida de Estambul:
“Me dispongo a marchar de Constantinopla, y quizá me acuse usted de hipócrita cuando le diga que lo hago con enorme pesar, pues me he acostumbrado a este clima y he aprendido el idioma. Estoy cómoda aquí y, aunque me gusta viajar, tiemblo de sólo pensar en los inconvenientes que me deparará tan largo viaje de regreso con una familia numerosa y una niña de pecho».
El 5 de julio de 1718 los Wortley Montagu embarcaban en el Preston, un barco de guerra de la marina británica, con cincuenta cañones y una tripulación de 250 marineros. Desde la cubierta, Mary vio por última vez la onírica visión de Estambul con sus mezquitas de cúpulas doradas y altos minaretes que se perfilaban sobre el cielo.
El viaje a Inglaterra por mar duraba cinco largos meses, aunque ellos hicieron varias escalas durante la travesía para conocer algunos lugares de interés de la costa Mediterránea. En el puerto de Génova la familia se separó: sus dos hijos prosiguieron el viaje por mar a Inglaterra y ellos continuaron por tierra hacia el norte rumbo a París. Hasta principios de octubre no llegarían a Londres, donde se instalaron en su antigua casa de Covent Garden. Por entonces, la escritora, que contaba treinta años, era una dama de mucho éxito en la ciudad, se la disputaban en las tertulias literarias y mantenía una buena relación con la familia real.
De regreso a su país natal, Lady Mary vivió la experiencia de una gran epidemia de viruela. Su única preocupación era proteger a su hija de esta terrible enfermedad y decidió aplicarle el método de la inoculación como había hecho con el pequeño Edward en Constantinopla. El «remedio turco» que la aristócrata había traído a Inglaterra −utilizado por los doctores árabes desde el siglo VI− se puso de moda durante un tiempo hasta que la iglesia tomó cartas en el asunto y se opuso a esta vacuna calificándola de «herejía musulmana». Aunque la dama defendió con firmeza las virtudes de la inoculación, esta se abandonó definitivamente porque además los médicos preferían el método tradicional del sangrado del paciente. Mary se adelantó más de setenta años a Edward Jenner, descubridor oficial de la vacuna, en 1796.
Un exilio dorado
A pesar de su éxito social lady Mary no podía engañarse: su vida privada era un desastre y su matrimonio, una farsa. Su marido dedicaba todo su tiempo a sacar adelante una explotación de carbón que había heredado y que en un futuro le haría muy rico. Aunque conservaba su puesto en el Parlamento, cada vez se distanciaba más de su carrera política y de su familia. Su hijo Edward tampoco le daba muchas satisfacciones; se había convertido en un muchacho alocado y desenfrenado que se fugaba del colegio y se mostraba muy díscolo con su madre.
Fue en estas duras circunstancias cuando aburrida de su vida londinense y perdidamente enamorada de un atractivo poeta veneciano llamado Francesco Algarotti −veinticuatro años más joven que ella −, decidió abandonar la ciudad. A sus cincuenta años la dama inglesa anhelaba vivir en el extranjero y conocer otras culturas. La relación con su esposo era cada vez más tensa y su querida hija Mary nacida durante su estancia en Constantinopla, se había casado recientemente con lord Bute −que se convertiría en primer ministro de Jorge III− y por aquella época vivían en Escocia. Seguir a su amado Algarotti rumbo a Italia era la excusa perfecta para abandonarlo todo.
Así fue como la célebre lady Wortley Montagu partió rumbo a Venecia en el mes de julio de 1739 acompañada de dos sirvientes. Entre sus pertenencias más queridas se llevaba los álbumes con las cartas que había escrito desde la embajada inglesa en Estambul. Se instaló a vivir una temporada en la hermosa ciudad de los canales a la espera de que apareciera su apuesto galán. Pero los meses pasaban y el bello Algarotti seguía sin dar señales de vida. Mary comprendió finalmente que su amor no era correspondido, pero se negó a regresar a Londres.
En las dos décadas siguientes la escritora se convertiría en una sofisticada trotamundos muy admirada tanto en Italia como Francia. Tras pasar una temporada en Génova y en Ginebra, recaló en Aviñón donde se instaló a vivir en un viejo molino que ella misma rehabilitó y convirtió en su nueva casa. Más tarde regresó a Italia y se quedó un tiempo en Brescia. Allí llevaba una vida tranquila y feliz, jugaba a las cartas con los monjes de un monasterio cercano, cultivaba té en su huerto, se dedicaba a la lectura y pasaba los veranos junto al lago lseo.
Cuando se acercaba su muerte, su esposo Edward Wortley, su yerno lord Bute –que se había convertido en el nuevo favorito del rey Jorge III–, y su hija, la animaron a volver a Londres. No le fue fácil abandonar su tranquilo exilio y regresar a Inglaterra tras veinte años de ausencia. En el viaje de vuelta a su país, cuando se encontró retenida en Rotterdam a causa del mal tiempo, conoció a un clérigo inglés, el reverendo Benjamín Sowden. A él le confió los álbumes con sus cartas turcas, rogándole que las guardara y que si un día consideraba que podían publicarse lo hiciera después de su muerte.
Lady Mary Wortley Montagu fallecería en su casa el 21 de agosto de 1762 víctima de un cáncer de pecho a los ochenta años. Fue enterrada al día siguiente en la cripta de Grosvenor Chapel. Poco antes de morir le pidió a un amigo que los dos volúmenes con sus cartas que había entregado al reverendo Sowden fueran publicados con su nombre.
Su único deseo en su larga y errática vida era ser reconocida finalmente como lo que era, una gran escritora y poetisa.
La primera edición de Embassy Letters (Cartas desde Estambul) apareció en 1763 y su éxito fue enorme. En sus páginas el gran público descubría asombrado un Oriente mágico y sensual visto con los ojos de una mujer carente de los prejuicios de su época y clase social. Voltaire confirmó la calidad literaria de las cartas y extendió por toda Europa su fama llegando a decir que eran muy superiores a las de la célebre madame de Sévigné. Aunque la incansable viajera y escritora no pudo disfrutar en vida de este tardío reconocimiento a su carrera literaria. Al menos su sueño se había cumplido.
Cristina Morató, es periodista y escritora.
Miembro fundador de la Sociedad Geográfica Española y Miembro de la Royal Geographical Society de Londres.
Salón del Trono, también conocido como del Harén, del palacio de Topkapi.
El conjunto palaciego se encuentra ubicado en la parte más alta de un promontorio conocido como Cabo del Serrallo, que domina el Cuerno de Oro y el punto donde se unen el Bósforo y el mar de Mármara.
En la última etapa de su vida, Lady Montagu llevó una tranquila existencia en el campo, viviendo en distintos lugares. Más tarde, tras enfermar, regresó a su Inglaterra natal, donde murió en 1762. Fue enterrada en Londres, en Grosvernor Chapel.
Primera mansión de los Montagu en Londres, en el barrio de Bloomsbury.
Fue construida entre 1675 y 1679, y destruida por un incendio menos de una década más tarde. Tras ser reconstruida en 1755 el edificio se vendió al gobierno, que lo ampliaría para convertirlo en la primera sede del Museo Británico.