La historia de los arma, la diáspora andalusí en el África subsahariana

 

Por Fernando Ballano Gonzalo.

Antes de que se produjera la rebelión de las Alpujarras en 1568, que fue reprimida con soldados alemanes al mando de don Juan de Austria − hermanastro de Felipe II−, algunos musulmanes habían abandonado la Península Ibérica antes de la caída de Granada, y otros inmediatamente después. Pero otros muchos, ya cristianos de segunda generación, se instalaron en Marruecos tras la guerra de las Alpujarras, amén de en otros lugares de la costa norteafricana, mientras que, a la vez, muchos cristianos prisioneros en la Berbería renegaban de su religión y abrazaban el islam.

Entre ellos se encontraba Yuder Pachá, el morisco originario de Cuevas del Almanzora (Almería), cuyo nombre cristiano fue Diego de Guevara. Tras integrarse en la sociedad de Marruecos, adonde llega como prisionero, empezó a ocupar importantes cargos desde muy joven, gracias a su brillante actuación en importantes misiones. Con solo dieciséis años se convirtió en el pachá de la zona militar de Tánger, función que desempeñaría de manera tan ejemplar que el sultán le nombró caíd de Marraquech.

Diez años después, en 1578, tomó parte en la batalla de Alcazarquivir, entre el sultán y el rey Don Sebastián de Portugal, sobrino de Felipe II, que pretendía conquistar el país magrebí. Muchos españoles moriscos, y cristianos renegados, combatían en las filas marroquíes, donde eran muy estimados y mejor pagados que en los ejércitos hispanos. La victoria sobre los portugueses, en cuyas filas también había españoles, aportó nuevos cautivos, parte de los cuales también se integraron en el askaria, el ejército magrebí permanente.

Pero la verdadera epopeya de Yuder comienza cuando en 1590 el sultán al-Mansur le encomienda enfrentarse a los poderosos guerreros del askia de Gao Ishaq II. El ejército de Yuder Pachá, compuesto por 5.600 hombres que atendían a la voz de mando en lengua española, se vio gravemente mermado en la dura travesía del Sahara. Pero no obstante ganaron la batalla, pues contaban con armas de fuego, de donde les sobrevino el nombre de los armas con el que se conoció a esta comunidad −mayormente andalusí− que pobló la curva del Níger durante los siglos posteriores.

Vista de Marraquech con las montañas del Atlas en el fondo, obra de Enrique Simonet, 1894.

Yuder Pachá fundó el pachalato de Tombuctú, tras lo cual fue el primer gobernante. Pero las intrigas de la corte marroquí llevaron a su destitución, regresando al norte de Marruecos a finales del siglo XVI. Murió en 1605, según unas fuentes durante el tumulto que provocaron los hijos del sultán al-Mansur por su sucesión y, según otras, ajusticiado por traición por uno de ellos.

En 1606 llegó la noticia de que Yuder, participante en uno de los bandos que se disputaban el sultanato, había sido decapitado. Tanto los arma como los songhai le lloraron y le recordaron mediante una fiesta anual en su honor, y celebraron también el regreso de Ahmed Baba en 1607. Al año siguiente, se sublevó Jenné y en 1612 el ejército arma se situó frente a las fuerzas songhai, pero, afortunadamente, antes de emprender la batalla parlamentaron y llegaron a un acuerdo de no agresión y mantenimiento del statu quo. En 1609 se produjo la expulsión definitiva de los moriscos en España.

Continuas intrigas

 

Entre 1612 y 1622 ocuparon el trono seis pachás distintos que fueron ejecutados por facciones descontentas. Para evitar las continuas intrigas, a partir de ese año, se decidió que el pachá sería elegido por un consejo o diwan constituido por los jefes militares, los oficiales, los sargentos, los tesoreros y los jefes de las grandes familias. Se estableció un detallado protocolo de actuación tras el nombramiento, igualmente que para el procedimiento de destitución. A pesar de tratarse de un estado casi militar cada guarnición vivía con bastante independencia.

Marruecos cada vez lograba menos beneficios de Níger. En 1620 el sultán decidió que no ayudaría a aquellos puestos que no recaudaran nada, ni tampoco nombraría pachás. Tras los 400 renegados que llegaron en 1618 no volvió a proporcionarles refuerzos ni ayuda. Enviados como carne de cañón, habían vencido, pero no habían logrado las riquezas esperadas y fueron abandonados a su suerte. En total habían llegado unos veintitrés mil hombres. Era como una nueva al-Andalus y, aunque con muchas deficiencias, habían establecido −antes que las naciones que se acabaron llevando los honores, en la revolución francesa y americana− un sistema en que los gobernantes eran elegidos por los gobernadores.

Vista aérea del río Níger

 

El estado arma se extendía a lo largo del Níger, desde Segú hasta Ansongo, cien kilómetros al sur de Gao. Enseguida se corrió la voz de que ya no contaban con la ayuda de Marruecos y los tuaregs comenzaron a hostigar Tombuctú, los bambaras atacaron Segú y los mandingas tomaron Jenné.

Cuando se quedaron sin pólvora descubrieron que cociendo, filtrando y dejando solidificar posteriormente los excrementos de un ave local, se lograba un producto parecido a la sosa. Al mezclarlo con carbón vegetal explotaba igual que la pólvora, de modo que los siervos se encargaron de recolectar dichos excrementos. También hubieron de sustituir el papel por fina piel de gacela.

Pero a pesar de los acuerdos de elección y destitución seguían las intrigas. Algunos solo duraban semanas en el cargo. Hubo uno que solo logró permanecer un día. Las disensiones internas hicieron que se separaran en tres divisiones al mando de kakyas o generales. Se repartieron las ciudades y fortalezas, excepto Tombuctú, donde se organizaron en barrios. La división de Fez estaba formada por los elches, como también denominaban a los renegados; la de Marraquech por los andalusíes moriscos que siempre habían sido musulmanes, y la división chegara estaba formada por los mauritanos. El cargo de pachá de Tombuctú, y por tanto de todo el estado arma, se convirtió en algo simbólico y con menos poder efectivo. Cada vez era mayor la integración con la población local, pero se sabía quién era arma y quien no. Se les consideraba gakory, que significa “cuerpo blanco”. Ahmed Baba falleció en 1627 y la tradición de estudios fue seguida por su hijo Es-Saadi, quien escribió Tarik Es-Sudan (Crónica de Sudán, pues así se denominaba a la zona) que cuenta la historia de los armas, aunque lo dejó inconcluso a su muerte, acaecida en 1656.

La ciudad recuperó parte de su apogeo y se dice que en 1638 el médico Es-Soussi de Tombuctú operaba de cataratas. En 1639 sufrieron una horrible sequía que duró hasta 1642.

En 1645 se firmó la paz con los songhay y se logró controlar tanto a los peul —pueblo procedente de la zona donde nace el río Senegal— como a los tuaregs y exigirles tributos. Un año después se nombró al primer pachá nacido en el Níger, Alo Eilimsani, hijo de un antiguo pachá que gobernó de 1612 a 1617.

En 1667, para evitar peleas entre las divisiones, se acordó una rotación entre ellas a la hora de elegir pachá, aunque seguía habiendo problemas cuando se trataba de encontrar un candidato al gusto de todos y a veces pasaban meses de negociaciones antes de lograrlo.

El pabellón y estanque de los jardines de la Menara en Marraquech.

 

Epidemia de peste

 

Entre 1657 y 1660 sufrieron una grave epidemia de peste que se llevó a muchos, y que fue seguida de graves sequías. Durante ese tiempo, en Marruecos se instauró la dinastía de los alauitas.

Muchos arma dejaron de ser soldados y se encargaron de determinados oficios como sastres o bordadores.

En 1689 el sultán de Marruecos Muley Ismail quiso reanudar los tributos y el comercio en condiciones poco ventajosas para los arma pero no tuvo éxito y hubo de conformarse con unos términos más razonables. A principios del siglo XVIII se construyó un muro alrededor de la ciudad y cuatro puertas vigiladas, y a algunas casas se les añadió un piso para aumentar la capacidad y, a la vez, mejorar la defensa.

Muchos pachás también se distinguieron por su corrupción y latrocinio. En 1716 gobernó Mansur Korey (Mansur el Blanco) llamado así por su tez inusitadamente clara no obstante cien años de mestizaje. Era extremadamente corrupto y malvado. Organizó un ejército particular de mil quinientos esclavos que la gente llamaba legas (sicarios). Se dedicaban a robar a los ciudadanos en beneficio de su amo quien, a su vez, no cesaba de imponer nuevos y abusivos impuestos. Apeló a los arma para resolver un asunto personal con los tuaregs, quienes le habían robado varios caballos de sus propias caballerizas. El ejército se negó y más tarde se levantó contra él, apoyado por la población. En 1719 hubo de huir en secreto dejando tras de sí la mayor parte de sus fabulosas riquezas.

Tombuctú en 1830.

 

Aunque los arma se integraron en los koterey,  −o grupos de mayor edad pertenecientes a la cultura songhai− estos también tenían los suyos propios −o alyinsi− que obligaban a la ayuda mutua en caso de necesidad e imponían sus sanciones en caso de incumplir las normas del grupo.

A partir de 1730 la división de los descendientes de los mauritanos se levantó contra las otras. Sus esclavos les abandonaron y fueron derrotados, marchando a otros lugares o sometiéndose a las divisiones triunfantes. Entre los mismos arma, a pesar de ser la casta dominante, había muchas diferencias sociales y algunos pasaban verdaderas penurias para sobrevivir. En 1737 padecieron lluvias torrenciales, tormentas de granizo e incluso nieve; como indicativo de la crisis, las nueces de cola pasaron de costar diez cauris por pieza, a valer doscientos.

Ilustración que muestra a un grupo de mercaderes africanos intercambiando mercancías y pagando con cauris.

 

Cada vez eran más hostigados por los tuaregs, que a menudo visitaban la ciudad y tomaban todo lo que deseaban. En 1737 se reunieron todos los arma de la región junto con los songhai para presentarles batalla en Toya, cerca de Tombuctú. Pero perdieron y hubieron de replegarse a la ciudad esperando un asedio que no se produjo, ya que en su lugar atacaron las ciudades de Jenné y Gao, que habían quedado desprotegidas.

Hubieron de rendirse y pasaron a pagar tributo a los nómadas, lo que redujo aún más el comercio. Se produjo una gran sequía que perduró de 1741 a 1744 y trajo hambre y peste por toda la región. Una taza de mijo pasó de costar diez cauris a diez mil en unos pocos años, por lo que había que pagarse en oro. Los avestruces, que hasta entonces se utilizaban sólo por sus plumas, desaparecieron. Para colmo de males, en 1755 Tombuctú sufrió un terremoto, y en 1770 un duro asedio por los tuaregs durante casi un año por haber dado muerte los arma a su jefe. Finalmente, en 1790, los bambara tomaron Tombuctú.

Vida cotidiana en Tombuctú en los aledaños de la mezquita de Djinguereber, construida por el arquitecto granadino Abu Haq el-Sahel en 1327. 

 

El devenir de Tombuctú en el siglo XIX

 

En 1826 Amadú, un fanático peul, tomó Tombuctú, aunque respetó la tradición del pachalato de los arma. En 1831 los arma, bajo el mando del pachá Osman, se levantaron contra Amadú con la ayuda de los songhai y los bambara. Tras las sucesivas derrotas dejó de elegirse pachá.

En 1880 los franceses iniciaron la penetración en el continente africano siguiendo el eje del río Senegal. Después continuaron por el curso del Níger por medio de barcos de vapor que llevaron desmontados a sus orillas.

En 1894 ocuparon Tombuctú para derrotar a los tuaregs. Confiaron la administración de la ciudad a los arma, pero se apropiaron de su tesoro, que había sido guardado celosamente por los pachás y por los alkaidis a pesar de las malas épocas de penuria. Dicho tesoro consistía en los estandartes utilizados en la batalla de Tondibi, una espada sultana, un zapapico de oro, un rosario de coral, un parasol y docenas de alfombras y cojines. Los galos construyeron un fuerte, Fort Bonnier, que les sirvió de base operativa para continuar la penetración hacia el sureste de África. Prosiguieron hasta encontrarse con los ingleses que ascendían desde la costa de la actual Nigeria pues, tras la Conferencia de Berlín, era preciso ocupar territorios para tener derecho a ellos.

Prohibieron el tráfico de esclavos, pero instauraron el trabajo forzado de los nativos. Ya se habían establecido países de liberación como Liberia y Sierra Leona donde, desgraciadamente, los libertos se convirtieron en explotadores señores por considerar a los nativos salvajes inferiores.

Mezquita de Yinbereber en Tombuctú.

La Primera Guerra Mundial supuso la movilización de los nativos, que pasaron a constituir los regimientos de tiradores senegaleses a pesar de que procedían de toda el África Occidental Francesa.

Tras la independencia en 1958, los franceses dejaron la administración en manos de los bambara, étnica dominante en el país. Con el fin de evitar problemas tribales se prohibió todo aspecto que pudiera separar y hasta se prohibía censar a los armas.

A partir de 1972 se sufrieron graves sequías que obligaron a la gente de la región de Tombuctú a emigrar al sur huyendo del desierto.

En los años ochenta la región volvió a sufrir ataques de los tuaregs y los habitantes de Gao hubieron de organizar grupos de autodefensa como en siglos pasados.

Ortega y Gasset, en 1924, en un artículo del diario El Sol, recordaba la gesta de estos antepasados y se preguntaba por qué se había olvidado. Sus palabras no tuvieron mucho eco hasta que en los años ochenta un grupo de académicos de la Universidad de Granada, entre los que se encontraba Manuel Villar Raso (R.I.P) y Amador Díaz, revitalizaron la cuestión que ha fructificado en la ayuda de la conservación de los archivos de Tombuctú.

 

Por Fernando Ballano Gonzalo.

Periodista.

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Versión online extractada del artículo publicado en la versión impresa del número 26 de la revista El legado andalusí. Una nueva sociedad mediterránea (2006)

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