Al-Andalus y la Occitania

Los cronistas árabes del siglo VIII registraron el aumento de asentamientos musulmanes en la Septimania, cuya intención era quedarse en esta fértil región del sureste de Francia. Sin embargo, la agitación política y el periodo de escasez que vivió la zona a finales de este siglo provocó la marcha de los árabes a al-Andalus.

Los asentamientos musulmanes que tuvieron lugar entre los años 718 y 755 al otro lado de los Pirineos, especialmente en el área de Narbona, así como la existencia de varios tratados menores, daban a entender según las crónicas de la época que la intención de los recién llegados era quedarse permanentemente. Pero Narbona cayó finalmente, por traición, en el año 759 en manos de Pipino el Breve, uno de los hijos de Carlos Martel, y los árabes decidieron por último retirarse totalmente de la Septimania.

Sólo habían trascurrido siete años desde que se produjera la colonización musulmana de la Península Ibérica, cuando los ejércitos musulmanes, reforzados por las tropas sirias y yemeníes que acababan de llegar desde el norte y el sur de Arabia, cruzaron los Pirineos para penetrar en la que denominaban la “Gran Tierra” (al-Ard al-Kabirah).

Corría el año 719. Las tropas musulmanas se hicieron enseguida con la mayor parte de la Septimania visigoda, incluida en el entonces gran centro romano de Narbona, conocido por los árabes como Narbuna. A los habitantes de la ciudad, que eran en su mayor parte cristianos arrianos, se les otorgaron concesiones honoríficas y se les permitió una total libertad religiosa mediante un tratado a semejanza del establecido con los visigodos españoles de Theudemia de Murcia. Ambos documentos reflejan cuál era la política de los árabes; tenían claro que se querían asentar definitivamente en sus posesiones de Occitania, en el sur de Francia, donde las condiciones eran más favorables que las que ofrecían los países de centro-Europa, azotados por las luchas internas.

El puerto de Narbona ofrecía seguridad, y el gobernador general de al-Andalus, al-Samh ibn Malik avanzó con rapidez, sometiendo el área circundante; tomó la ciudad de Alet, al sur de Carcasona, y Béziers, Agde, Lodève, Maguelonne (Montpellier) y Nîmes consecutivamente. Ya por el año 712 estaba preparado para llevar a cabo una nueva y decisiva campaña de largo alcance. Este no iba a tratarse de un acontecimiento menor; no iba a ser un karr wafarrar, un “ataque y retirada”, un acto de vandalismo, en el suroeste de Francia. El objetivo de al-Samh era continuar con la lucha hacia el oeste, para tomar el valle del río Garona, tomar Toulouse —por entonces la capital de Eudes, Duque de Aquitania— y abrirse a un amplio territorio que se extendía hasta el Atlántico y en dirección al sur, a través de Andalucía, hasta el Mediterráneo y el Magreb.

Castillo de Carcasona (Francia)

Al-Samh debió de haber confiado en que, una vez que se apropió de Toulouse, podía hacer lo mismo que hizo en Narbona; es decir, crear mediante un tratado una hilera de principados cristiano-musulmanes que se sellaría por matrimonio entre los príncipes gobernantes de ambas partes. Pero primero volvió a al-Andalus para remozar sus tropas. Una vez consiguió refuerzos, volvió a Occitania a principios de la primavera del año 721 y marchó de inmediato hacia el oeste, a Toulouse.

El ejército de al-Samh incluía máquinas para el asedio, infantería, algo de caballería y multitud de mercenarios, así como un imponente cuerpo de lanceros vascos. Pero, aunque Toulouse era una ciudad grande y bien defendida, cuyas murallas se habían ido consolidando más y más desde tiempos de los romanos y los visigodos, Eudes no perdió el tiempo y, dejando la ciudad a buen recaudo, salió en cabalgada para registrar los cuatro puntos de su territorio, emplazando de urgencia a todo el que quisiera ser su aliado para crear un ejército, que tenía que ser lo suficientemente grande para poderse enfrentar al peligro que se avecinaba. Sin embargo, la llamada al gobernador franco Carlos Martel —hijo ilegítimo del fundador de la dinastía Carolingia— cayó en oídos sordos. Carlos, apodado “El Martillo” tenía ambiciones mayores y basó su estrategia en observar y esperar.

El asedio de Toulouse, con sus casi inextricables murallas, duró hasta el verano. Los defensores, escasos de provisiones, estaban a punto de rendirse cuando el 9 de junio de 721 Eudes de Aquitania volvió al mando de un gran ejército. Abalanzándose contra la retaguardia de al- Samh, lanzó una defensiva de cerco que tuvo gran éxito. A esta siguió una mayor y más decisiva batalla, en lo que se muestran de acuerdo tres de los más importantes historiadores musulmanes que trataron este periodo: Ibn Hayyan (fallecido en 1067) Ibn al-Athir (fallecido en 1234) y al-Maqqari (fallecido en 1632).

Vista del rio Garona a su paso por la ciudad de Toulouse (Francia).

Sus relatos dan a entender que al-Samh había caído en la típica trampa de la guerra de trincheras, y que había concentrado todo su potencial en las murallas de Toulouse. Sólo contaba con un deplorable y reducido grupo de jinetes  ̶ el uso de la caballería árabe a gran escala en Europa llegaría más tarde ̶  y no pudo reaccionar a tiempo ante el ataque de Eudes, que lo derrotó totalmente. Atrapado entre los defensores de la ciudad y los hombres de Eudes, al-Samh intentó la retirada, pero fue atrapado con el grueso de sus tropas en un lugar llamado Balat, donde tomó la determinación de ofrecer resistencia por última vez.

Al-Maqqari estimó en 300.000 el número de hombres de las fuerzas de Eudes. Las fuentes europeas nos hablan de 375.000 bajas o heridos en las fuerzas árabes en Balat, frente a solo 150 víctimas en las de Eudes. El número de víctimas árabes está por supuesto aumentado, pero los historiadores árabes están de acuerdo en que Toulouse constituyó un auténtico desastre, siendo particularmente sangrienta la retirada de los supervivientes hacia el este, en dirección a Narbona.

El mismo al-Samh fue gravemente herido. Su segundo comandante, Abd al-Rahman ibn Abd Allah al-Gafiqi -que vuelve a emerger como comandante en Poitiers una década más tarde- pudo hacer el recorrido de regreso a Narbona con un remanente diezmado de las tropas. En esta ciudad, muy poco después de que llegara, murió al-Samh. La derrota fue tan significativa que durante los siguientes 450 años se rindió homenaje a los caídos en Balat al-Shuhada (Meseta de los Mártires) en un ceremonial especial en su recuerdo.

En los años siguientes, con el valle del Garona cerca de ellos, y sin ganas de librar otra batalla campal de semejantes proporciones, los ejércitos árabes se desplazaron hacia el este y luego hacia el norte donde emprendieron una serie de ataques hasta la ciudad de Autun, en la parte del medio-este francés, en el otoño del año 725. Sin embargo, estos ataques tenían en gran parte la clara intención de mantener su presencia en un momento en que los árabes estaban perdiendo, para así impedir el estancamiento y evitar más posibles pérdidas de territorio en la Septimania.

Sin embargo, nuevos y poderosos actores estaban esperando para entrar en escena. Eudes de Aquitania era bien consciente de que su mayor enemigo no eran los musulmanes: la amenaza real eran los francos bajo Carlos Martel. Carlos quería Aquitania, y Eudes no solo era Señor de Aquitania sino también el héroe de Toulouse, un probable punto de repliegue para los opositores a los francos. En resumen, un obstáculo en el camino para las ambiciones expansionistas de Carlos. Ambos hombres estaban irremisiblemente encaminados al enfrentamiento.

Esto explica el que, en el año 730, Eudes entrara en negociaciones con Uthman Ibn Naissa (Munuza), el diputado bereber que gobernaba Cataluña, que fue quien de hecho comenzó las conversaciones. Estas condujeron a un tratado de paz que se selló mediante el matrimonio de la hija de Eudes, Lampade, con Munuza. Los ataques de los árabes contra Aquitania cesaron de inmediato. Se restauró la paz, y Eudes se retiró a su capital, confiando en que Carlos no iba a atreverse a atacarlo.

Pero el destino dio un duro revés a Munuza cuando se rebeló contra el gobernador general árabe de al-Andalus, con el propósito de establecer una Cataluña independiente con él mismo en el poder. Le declararon traidor y enseguida le atacaron y vencieron en una repentina batalla, y Eudes fue acusado por el gobernador general de alentar al traidor. Eudes fue atacado por un ejército árabe que lo venció en Burdeos, la ciudad que los árabes llamaron al-Burdil, y cuando pidió ayuda urgente a Carlos Martel, este le respondió que había traicionado a la cristiandad por haber firmado un tratado con los árabes. Su única salvación estaba en someterse a la autoridad de Carlos. Y se rindió.

Catedral de Burdeos en una fotografía de finales de 1800. Photoglob and Co ©Library of Congress

Escena urbana del barrio de Chartrons, en el casco histórico de esta ciudad, con la torre de Cailhau al fondo.

La derrota de Eudes dejó a Carlos ante la magnífica oportunidad de atacar a Abd er-Rahman ibn Abd Allah al-Gafiqi, que también había sufrido pérdidas en Burdeos. Fue así como el relativamente pequeño ejército de árabes al mando de Abd al-Rahman alcanzó a Carlos cerca de Poitiers y fue derrotado en octubre del año 732. A Abd al-Rahman le dieron muerte en una escaramuza que las crónicas exageraron poco después como un acto de proporciones heroicas, y que ha permanecido incontestado a través de los siglos.

Según investigaciones recientes del historiador de Toulouse, Sydney Forado, fue la batalla de Toulouse del año 721, más que la de Poitiers de once años más tarde –a la que, a veces, se ha llamado batalla de Tours-, la que impidió de manera definitiva el que los musulmanes conquistaran el sur de Francia. La victoria de Eudes en Toulouse dio como resultado una considerable cantidad de alianzas políticas entre cristianos y musulmanes en el suroeste de Francia, que dieron origen a los primeros intercambios tanto culturales como comerciales tan cruciales entre la España musulmana, de un lado, y Languedoc, Gasconia, el sur de Aquitania, los Pirineos, la Septimania y la Provenza, del otro.

A pesar de lo ocurrido en Poitiers, los árabes siguieron controlando Narbona y la Septimania durante veintisiete años más. Se mantenían los tratados que habían firmado con anterioridad con la población civil y aún se consolidaron más en el año 734 cuando el gobernador de Narbona, Yusuf ibn Abd al-Rahman al-Fihri concertó acuerdos con varias ciudades más para la común defensa contra la invasión de Carlos Martel, que había sometido brutalmente de manera sistemática al sur, conforme iba expandiendo sus dominios. Carlos fracasó en el intento de tomar Narbona en el año 737, pues la ciudad fue defendida de manera conjunta tanto por sus ciudadanos árabes musulmanes como por cristianos visigodos.

Tanto Ibn al-Athir como al-Maqqari registraron en sus crónicas el considerable incremento de los asentamientos musulmanes en la Septimania, especialmente en el área de Narbona, entre los años 718 y 755, así como la existencia de varios tratados menores que daban a entender la intención de los recién llegados de quedarse permanentemente en estas fértiles tierras. Pero Narbona cayó finalmente, por traición, en el año 759, en manos de Pipino el Breve, uno de los hijos de Carlos Martel, y los árabes decidieron por último retirarse totalmente de la Septimania, debido en parte a la inseguridad que sentían a causa de los problemas políticos del califato omeya de Damasco, así como al deseo de volver a concentrar en el corazón de al-Andalus el poder de la mano de obra de árabes y bereberes del que disponían. Otro factor lo constituyó la fuerte hambruna que golpeó la Septimania y algunas partes de España, en la segunda mitad del siglo VIII.

No habría más intentos a gran escala por parte de los árabes para ganar territorios en Occitania, aunque se mandó una expedición a Narbona en el año 793 al frente de al-Mugith, otra en el 841 con al-Iskandaruni y una invasión por mar en 1020. Este periodo estuvo también marcado por una serie de ataques en la Provenza, principalmente en las ciudades costeras de Niza, Fréjus y La Garde-Freinet que llevaron a cabo los corsarios bárbaros asentados en el Magreb, conocidos comúnmente como piratas, pero que, al igual que los corsarios americanos del siglo XVIII, contaban con el apoyo del gobierno.

Respecto a la cuestión cultural, los tres siglos que trascurrieron entre el año 800 y 1095, en los que empezaron las Cruzadas a Tierra Santa, estuvieron marcados por un flujo constante de fértiles relaciones entre al-Andalus y el sur de Francia, y por la activa participación de personajes que jugaron un importante papel en esta transferencia cultural entre las civilizaciones islámica y cristiana.

Vista del rio Dordoña en la cuenca del río Garona.

Las gentes de Occitania compartían un fuerte arraigo en afinidades de tipo étnico, cultural y lingüístico con los pueblos celtas de Iberia y los visigodos del otro lado de la frontera sur, que estaban a su vez fuertemente influenciados por la cultura greco-romana. Los andalusíes apenas suponían una molestia para la población nativa, pues les permitieron una amplia libertad en cuanto al culto religioso y a sus más valoradas costumbres. La libertad, la tolerancia y la facilidad de asimilación constituyeron el denominador común, y por ende el sello que distinguía tanto a al-Andalus como a Occitania, donde se acuñaron palabras que le fueron propias: convivenzia (o el arte de saber vivir juntos) y paratge, compartir.

Esta tierra era, en efecto, muy fértil para que las ideas pudieran germinar; sus gentes eran conocidas por sus mentes curiosas y una inclinación hacia el misticismo que era la consecuencia del contacto que habían mantenido con el pensamiento griego, fenicio y romano. Alcuin, un erudito anglosajón que era uno de los más firmes consejeros de Carlomagno, hablaba del fuerte sentido de independencia de Aquitania, de su amor a la libertad y del hecho de que ellos “hablaban directamente con Dios”.

Los mozárabes (o cristianos arabizados) fueron el primer agente que intervino en el proceso de transmisión cultural entre al-Andalus y el sur de Francia. Del mismo modo, participaron los muchos judíos que hablaban tanto el árabe como el romance (la lengua franca de aquellos tiempos). Otros lazos que les unían en aquel periodo formativo eran los juglares, los trovadores, mercenarios y mercaderes que iban y venían desde las posesiones de al-Andalus a los núcleos territoriales cristianos como Navarra y Aragón y el sur de Francia. Estos viajeros utilizaban tanto las vías costeras del Mediterráneo a través de Cataluña y el Rosellón, los pasos de montaña de Andorra y el valle del Ariège hasta Foix y Toulouse, como la ruta del oeste a través de Aragón y Jaca hacia Pau, Toulouse y el resto de Aquitania. Así, el mestizaje cultural que viajaba con ellos se difundió mucho más ampliamente.

El filósofo Rudolf Steiner habla de la existencia en Jaca, a finales del siglo VIII, de una escuela de caballería, cuyos caballeros árabes, denominados Fida’iyu Ka’as al-Futuwwah (Caballeros del Cáliz de la Caballería) habían traspasado supuestamente la custodia del Santo Grial a los caballeros cristianos. Según Steiner es aquí donde nace la leyenda de Parsifal. Y Chrétien de Troyes, el poeta francés del siglo XII cuya obra épica de Perceval o el Cuento del Grial circuló ampliamente por el sur de Francia, dijo que él había sacado la historia del Grial de Kyot el Provenzal, quien a su vez lo atribuye a un tal Flegetanis, un personaje del que se halla rastro en al-Andalus, en la zona de Toledo, cien años o más antes.

Ciudadela de Jaca con ciervos pastando en su foso

La ciudad de Jaca, estaba situada en la ruta que tomaron las tropas de Carlomagno tras la retirada de la incursión fallida en Zaragoza (en árabe Saraqustah) en el año 777. El gobernador árabe de esta ciudad, tras el intento de independizarse de los gobernadores cordobeses de al-Andalus, había acudido a Carlomagno en busca de ayuda, pero cambió de idea a última hora.

Como ya sabemos, la retaguardia de Carlomagno, a cuyo mando estaba su sobrino Roland, fue abatida por los vascos en el paso de Roncesvalles, al norte de Pamplona. El fiasco fue considerado una tragedia heroica -se sustituyó a los “sarracenos” por los vascos, autores de la emboscada en la “Canción de Rolando”, que se escribió 300 años más tarde-. La iglesia abrazó el poema épico, por su mensaje anti-islámico, y es citado a menudo, paradójicamente, como el arte poético aprendido de los hispanomusulmanes.

La cultura árabe penetró en la lejana Normandía mediante, entre otras vías, las misiones diplomáticas del celebrado poeta-ministro andalusí Yahya al-Ghazal en la corte de doña Toda, la reina normanda del reino pirenaico de Navarra de principios del siglo X. Al-Ghazal, que conservó hasta su muerte, a los noventa años, su encanto y buena apariencia, componía versos en honor de doña Toda, en los que halagaba a la bella gobernante normanda. Doña Toda mantenía fuertes lazos con sus parientes que se encontraban en Aquitania y Poitou, a dos días escasos a caballo, así que desde muy pronto el reino de Navarra servía como ruta de transmisión hacia el norte para el suministro de música y poesía árabes. Es también importante mencionar que una significativa comunidad musulmana de Navarra, cuyos orígenes se remontaban al siglo VIII, continuó prosperando en un clima de tolerancia hasta que el reino fuera absorbido por Castilla a principios del siglo XVI.

Monasterio de Cluny.

La orden de monjes benedictinos de Cluny, cuyo monasterio de la “Reforma” fue fundado en el año 910 por el duque de Aquitania del momento, fue otro importante eslabón en la cadena cultural que enlazaba al-Andalus con Francia. Los monasterios benedictinos eran los más importantes depósitos del saber y la literatura en Europa, y Gerberto de Aurillac   ̶ el monje francés que se convertiría en el papa Silvestre II ̶   fue de igual modo el primer erudito europeo importante que estudiara las ciencias árabes, tras pasar tres años en Cataluña cuando era joven, donde absorbió conocimientos sobre matemáticas y astronomía. Fue él quien mandó a muchos grupos de estudio benedictinos a al-Andalus en los últimos años del fructífero siglo X. Gerberto, uno de los mayores intelectos de su época, introdujo en la Europa cristiana las ciencias clásicas árabes como el álgebra y la geometría.

El flujo que llevaba hacia el oeste las obras traducidas de maestros griegos, persas  ̶ entre otros ̶   y las de comentaristas y otros colaboradores árabes comenzó a circular alrededor del siglo VIII. A finales del siglo X, varias escuelas de Córdoba, entonces capital de al-Andalus, emplearon a cientos de traductores y copistas -muchos de los cuales eran mujeres- que trabajan en estrecha colaboración con especialistas mozárabes e intérpretes que tradujeron cientos, quizá miles de manuscritos traídos desde Bagdad, Damasco, El Cairo y Alejandría.

Durante el apogeo cordobés, sus talleres venían a producir unos 60.000 volúmenes por año. Con toda seguridad, parte de esa producción cruzaba los Pirineos hasta alcanzar las abadías, monasterios y centros del saber de Narbona, Toulouse, Montpellier y Nîmes, así como los de Poitiers, la capital de Aquitania.

Al contar con el establecimiento de líneas regulares de comunicación, Córdoba primero, más tarde Toledo (en árabe Tulaytulah) y, finalmente, Oviedo, se convirtieron en los principales canales de difusión del conocimiento desde al-Andalus a través de Cataluña, Aragón y Navarra, hasta el sur de Francia. Lo que empezó siendo un movimiento poético, de música y literatura que cruzaba los Pirineos, se transformó en una sólida corriente científica: matemáticas, astronomía, medicina, y especialidades agrícolas como la cría de ovejas de la raza merina, la trashumancia, el regadío, la horticultura y la cetrería.

Allá por 1031, cuando al-Andalus empezaba a fragmentarse como consecuencia del ataque de los ejércitos castellanos, los mozárabes y otros exiliados de Córdoba y Toledo cruzaron los Pirineos hasta el sur de Francia que, según se cuenta, se llevaron consigo más de 200 años de conocimiento acumulado, y buena parte de la biblioteca real que había pertenecido con anterioridad a los visigodos.

Se sabe que los exiliados mozárabes se establecieron en gran número en Narbona y Montpellier, donde sus habilidades eran muy solicitadas, y se mantuvieron en contacto con las famosas poetisas árabes de las cortes de León y Navarra. El poeta al-Harizi nos da detallada cuenta de la existencia de profesores árabes y judíos de al-Andalus en el suroeste francés a principios del siglo XIII, especialmente en Narbona y Montpellier.

Montpellier. Edificio de la Universidad

En aquellos tiempos, como apunta el historiador occitano René Nelli, y durante más de cuatro siglos, se produjo un cruce de culturas que fertilizó el pensamiento clásico islámico y occidental, por mediación de los árabes españoles y el mestizaje cultural de al-Andalus, que contribuyó a que el sur de Francia desarrollara su propia y única civilización.

Los elementos clave de la cultura de al-Andalus habían sido transmitidos, influyendo en el desarrollo que se produjo en Occitania respecto a conceptos y doctrinas que se expandirían más allá de la región, entre otros, el amor cortés, en parte inspirado por los trovadores que provenían de al-Andalus, y el positivismo del filósofo August Comte, que trazó los conceptos sobre sociología que ya adelantara Ibn Jaldún. La Europa occidental debe mucho en general al enorme y rico flujo intelectual que cruzó los Pirineos desde al-Andalus hasta Occitania y Aquitania. La escuela médica de Montpellier aún se erige como un auténtico monumento al tiempo en el que el saber no conocía fronteras.

* Ian Meadows. Escritor y periodista.
Falleció en 1998.
Artículo publicado gracias a la colaboración de la revista
AramcoWorld, Marzo-Abril, 1993

 

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