Abu Hamid al-Garnati y las maravillas del mundo 

Abu Hamid al-Garnatí fue un personaje granadino que a lo largo de sus noventa años de vida escribió sobre una ingente cantidad de temas y relatos de sus viajes siguiendo la tradición árabe del género literario kutub al-‘aya’ib (libro de las maravillas).

Abu Hamid al-Garnati, viajero infatigable, activo comerciante y esforzado misionero en los más alejados países fronterizos del mundo islámico, polígrafo de múltiples saberes, nació en al-Andalus, en la ciudad de Granada, en el año 1080, bajo el reinado del último de los reyes ziríes.

Sus antepasados debieron estar bastante relacionados con la actividad política de estos reyes y hubieron quizá de sufrir las consecuencias de la historia azarosa de la Península Ibérica durante casi todo el siglo XI y, más directamente, la del propio rey zirí de Granada. El padre de Abú Hamid quizá fue uno de los que huyeron de Granada con sus familias cuando en 1090, Yusuf Ibn Tasufin se acercaba a la ciudad con sus tropas en son amenazador.  Esta expedición del emir de los almorávides acabó, sin necesidad de asediar Granada, con la sumisión primero y luego el destronamiento inmediato del rey zirí ‘Abd Allah.

La familia de Abu Hamid pudo entonces, cuando él tenía diez años, abandonar Granada buscar refugio en Uclés, plaza fuerte que en ese tiempo pertenecía de forma precaria a los dominios del rey castellano-leonés Alfonso VI, quien en ese momento mantenía relaciones amistosas con el rey granadino.

En 1180 esa población fronteriza fue conquistada por un ejército almorávide, que derrotó a las fuerzas alfonsíes en la famosa Batalla de Uclés. Poco antes de la toma de esa población por los almorávides, es cuando podría situarse el momento en que Abu Hamid hubo de abandonarla. Fue también entonces cuando probablemente decidió dejar la Península Ibérica, camino de Oriente, sin que se sepa bien el motivo que lo impulsó a tomar tal decisión, aunque cabe conjeturar que fuese el de huir del integrismo político-religiosos imperante en al-Andalus bajo los almorávides.

Parque del Retiro. Madrid.

En el siglo XII existía ya una compleja y diversificada red de itinerarios que iba desde al-Andalus, a través del Norte de África, hasta Oriente. En su viaje, nuestro autor siguió una de estas rutas, al igual que otros viajeros de la época. En sus dos obras, el Mu’rib y la Tuhfa, escritas en Iraq muchos años después, concede un especial interés a su país natal.

Cuando Abu Hamid, en la narración de sus viajes por todo el mundo islámico, habla de los lugares que visita, no lo hace desde un punto de vista puramente geográfico, sino teniendo en cuenta la existencia en ellos de algo maravilloso o en relación con algún suceso o actividad que le llama la atención. Así, cuando recuerda desde la lejanía alguna ciudad de al-Andalus, sitúa en la Península Ibérica la leyenda de la mítica y misteriosa Ciudad de Cobre, construida por los genios de Salomón y de la que hay continuas referencias en la literatura árabe medieval y en el Corán. Según la cual, después de que algún hombre osado conseguía escalar la imponente muralla que rodeaba esa legendaria ciudad, en el momento en que podía divisarla, era presa de una risa histérica y se precipitaba a su interior sin que nadie volviera a saber de él…

Los autores árabes orientales cuentan que esa ciudad se hallaba en los confines del mundo y atribuyen su construcción a Alejandro Magno, llamado entre ellos “el Bicorne”. Estaba edificada cerca de la imponente muralla de Gog y Magog, probablemente levantada para separar Oriente de Occidente. Según cuenta Abu Hamid, “La ciudad de los Reyes” (Toledo) y la “ciudad Blanca” (Zaragoza) fueron también edificadas por los genios de Salomón. De la primera describe su magnífico puente, que se alzaba hacia el cielo “como un arco iris”, y de la segunda destaca como singularidad el poder mágico de unos talismanes colocados a las puertas de la ciudad, que impedían la entrada en ella de reptiles, insectos y alacranes. Seguramente fue en este el viaje a Oriente cuando nuestro viajero se detuvo con cierta demora en Marruecos; pero resulta difícil saber con seguridad si llegó hasta el lejano sur del país, hasta el centro comercial de Siyilmasa, en la misma orilla del desierto. Sí estuvo en Túnez y allí visitó la ciudad de Túnez y Qayrawan.

En el lado oriental de “la confluencia de los dos mares” (el Estrecho de Gibraltar), sitúa en la ciudad de Ceuta el mítico relato de la Roca a la que llegó Moisés, y donde Josué olvidó el pez asado del que se comieron la mitad y “cuya otra mitad restante hizo revivirlo Dios, ensalzado sea, y que se fue por el mar teniendo descendencia hasta hoy”.  Se le llama el “Lenguado de Moisés” porque cuenta también otra leyenda que, al abrirse las aguas del Mar Rojo para permitir el paso a Egipto, un pez que se encontraba en el centro quedó partido en dos y cada una de sus mitades se convirtió en un pez plano dando así origen a la especie.

También pudo ver la estatua o Ídolo de Cádiz −construido según la tradición por El Bicorne− cuya mano derecha se extendía hacia el entonces llamado Mar Negro (Océano Atlántico) como para prevenir de las terribles olas y de los grandes peligros a los que se exponían los buques que trataban de entrar en aquel mar.

Catedral de la Almudena. Madrid
Catedral de la Almudena. Madrid

En el año 1115, cuando tenía treinta y cuatro años, nuestro viajero se encontraba en Alejandría, haciendo escala en las islas de Cerdeña y Sicilia.  De esta última dice: “Y en el Mar Verde (Mediterráneo) hay un conjunto de islas entre las que hay una muy grande a la que llaman Sicilia. En ella hay ciudades, fortalezas y quintas; es uno de los países de Dios que más bienes tiene. En ella, junto al mar, hay un monte enorme. Es el monte del fuego. De lo alto de ese monte, por el día, sale un humo azulado… Por la noche sale de él un fuego que alumbra hasta diez parasangas…”. Se refiere al volcán Etna, cuya descripción presenta reflejando con bastante exactitud, aunque no en términos científicos, los productos típicos de una erupción de esas características.

La mención explícita de la ciudad de Alejandría se hace con motivo de señalar la existencia en ella del famoso Faro. Tras ofrecer una detallada descripción de su arquitectura, añade el dato de la colocación sobre este faro de un espejo de gran tamaño en el que se veía a quien llegaba por el “Mar de los Rum” (Mediterráneo oriental) a una distancia de varios días y noches. A continuación, describe con detalle la Sala de audiencias de Salomón situada, según el autor, a una distancia de una milla de Alejandría. Esta maravillosa sala llamaba la atención por sus hermosas columnas, especialmente por una de ellas situada en la parte oriental, columna que se movía siguiendo el movimiento del sol. Según Abu Hamid, la gente se entretenía introduciendo una piedra, debajo de la parte de la base que quedaba sin apoyo, que más tarde era triturada al cambiar la columna de posición.  

Las leyendas sobre columnas maravillosas debieron ser muy numerosas y variadas en la Edad Media. Marco Polo habla en Il Millione de la maravilla de la existencia de una columna de mármol que se sostiene sin base en la iglesia edificada en honor de San Juan Bautista, en la ciudad de Samarcanda.

Todavía señalan hoy en día los guías una columna situada frente a la entrada del templo de Artemisa en Gerasa (Jordania) que presenta un movimiento parecido. En vez de una piedra, ahora ponen un clavo largo cuyo movimiento se percibe claramente.

Palacio Real. Madrid
Palacio Real. Madrid

En el Cairo, Abu Hamid aprovechó para ampliar sus estudios con diversos personajes ilustres de la época y llegó a tener un buen conocimiento de Egipto, que se sumó al adquirido en los años de su residencia en el país. Nos ofrece una descripción bastante detallada de las pirámides, pero lo que le interesa especialmente es la problemática del abastecimiento de agua en el país del Nilo. Egipto −viene a decir Abu Hamid −es un país donde no llueve ni en invierno ni en verano; pero en él la vida es próspera porque el Nilo se desborda al final del verano inundando la tierra y permitiendo así el cultivo de esta. Cuando el agua ha subido ya doce codos, pero no antes, lo anuncia un pregonero, que después anuncia directamente el aumento de la crecida. Cuando el agua alcanza los dieciséis codos, se debe pagar ya la contribución anual por las tierras cultivadas, y se celebra además una gran fiesta. Si el agua sube veinte codos, entonces llega a todos los rincones de la superficie cultivada y la prosperidad es la máxima: pero si sobrepasa esa altura se anegan las poblaciones y las aldeas y la situación es catastrófica. El agua del Nilo permanece sobre la superficie de la tierra cuarenta días, después de haber alcanzado su altura óptima. Luego se realiza la siembra y la tierra conserva la humedad suficiente hasta la maduración de las cosechas. Abu Hamid describe un nilómetro aledaño a una mezquita, consistente en un recinto de piedra con una columna en el centro, de mármol blanco pulimentado, de veinticuatro metros de altura, en la que están señalados los codos, dedos y sextos de dedo.

En relación con el Nilo también describe con mucho detalle el cocodrilo, uno de los portentos de Egipto, que despertó tanto en la Antigüedad como en la Edad Media el interés y la curiosidad no sólo de los naturalistas y geógrafos, sino también de los viajeros inteligentes y observadores que visitaban el Nilo.

En el año 1124 llegaba nuestro viajero a Bagdad, pero antes había enseñado el hadiz y realizado estudios en Damasco. Fue seguramente en el viaje de Damasco a Bagdad cuando visitó las tumbas de Ba’albek y Tadmur (Palmira), que tanto le impresionaron. En Bagdad se alojó en casa del erudito, general y visir A’Awn al-Din, que llegó a ser ministro de los califas abasíes al-Muktafi y al-Mustayid durante bastantes años.

En 1130, Abu Hamid se encontraba en la ciudad de Abhar y un año después llegaba a Saysín, población situada a orillas del Mar Caspio, en la desembocadura del rio Volga y nudo de comunicaciones muy importante por ser cruce de largas rutas comerciales. Fue en este viaje, que Abu Hamid al parecer hizo a lo largo de la costa occidental del Mar Caspio, cuando tuvo ocasión de conocer la ciudad de Derbent, al pie del Cáucaso. Cuenta que en esa localidad está depositada, en el interior de una hornacina excavada en la roca, la espada de Maslama b. ‘Abd al-Malil (m. 730), general de la campaña de la conquista de Armenia y gobernador de la ciudad, que ayudó a que se asentaran en aquella tierras −dice Abu Hamid− a veinticuatro mil familias árabes. El lugar, rodeado de un halo de santidad y misterio, era frecuentado por numerosos peregrinos…

En el año 1135 Abu Hamid estaba en Bulgar, aguas arriba del Volga; allí perdió un hijo, al que no pudo enterrar hasta seis meses después de haber muerto porque la tierra en invierno se pone dura como el hierro y no fue posible cavar la fosa.

Abu Hamid fue además de viajero infatigable un diligente mercader que deja constancia en su obra de diversas actividades comerciales, entre otras, las llevadas a cabo en aquellos alejados países fronterizos del mundo islámico: “Los comerciantes salen de Bulgar, hacia la tierra de los infieles llamada Wisu, de donde son originarias las mejores pieles de castor. Esos comerciantes les llevan hojas de espadas que están sin bruñir y que antes han comprado en Azerbaiyán al precio de un dinar por cada cuatro espadas; y a cambio de estas espadas los comerciantes consiguen pieles de castor.”

Unos quince años después estaba en el país de Basgird (Hungría), donde permaneció ocho años. De este país ofrece una, aunque sumaria, importante información general. En aquellas tierras echó Abu Hamid profundas raíces y se relacionó muy bien socialmente. Allí se casó su hijo mayor, Hamid, quien tuvo que quedarse por orden del monarca húngaro, Geza II, mientras que Abu Hamid, acompañado de su discípulo Ismail b. Hassan, hijo de un emir de Hungría, salió de este país en 1153 para volver a Saysin, donde tenía otros hijos y su familia. Hizo un alto en el camino y pasó el invierno en el país de los Saqaliba, cuyo rey le trató muy bien gracias a una carta de recomendación que le había dado el monarca de Hungría. Después de una breve demora en Saysin, en el mismo año de 1154, habiendo hecho en barco la travesía del mar Caspio, llegó Abu Hamid a la tierra de Jorasmia, donde ya había estado antes y donde tenía distinguidos amigos.

Al año siguiente salió de Jorasmia hacia La Meca, para hacer la peregrinación, seguramente por la ruta de Merw, Isfahan y Basora. En ese mismo año 55 está otra vez en Bagdad. Durante esta estadía en la capital califal compuso su primer libro de viajes, al M’urub, para su gran amigo y mecenas el ministro Awn al-Din, en cuya residencia se alojó. Parece ser que pensaba volver junto a su familia, parte de la cual estaba en Basgird (la actual Hungría) y probablemente, parte seguía en Saysin, haciendo el camino de occidente, a través de Asia menor, por el sultanato selyúcida de Konya. Este viaje no lo realizó: en cambio, parece que sí hizo un viaje desde Bagdad a Jurasan.

Abu Hamid al-Garnatí logró definir el género literario kutub al-‘aya’ib (libro de las maravillas), un estilo con el que describe su tránsito por lugares legendarios donde residieron pueblos míticos y acaecieron gestas propias del mundo de lo imposible. Como él mismo escribe en uno de sus prólogos: “Las maravillas se hayan en la parte más remota del cielo y de la tierra. Nuestro Señor nos ordena que contemplemos las maravillas del mundo”.

 

Por Ingrid Bejarano Escamilla (Arabista. Universidad de Sevilla)

 

Ilustraciones: ©AramcoWorld. Belén Esturla 

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